En el momento de escribir este artículo, el mundo contiene la respiración ante tanta destrucción y muerte, colocando quizás en sus entrañas los versos de César Vallejo: «Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! / como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma... ¡Yo no sé!». Y surge como ola rugiente la plegaria encendida de Blas de Otero: «Salva al hombre, Señor, / en esta hora horrorosa / de trágico destino...». Porque es la hora del horror en un mundo desconcertado y sediento. Y en este clima de angustia y desafíos, nos llega el Domund, la Jornada Mundial de las Misiones, con una invitación especial a recordar, apoyar y orar por la causa misionera. El papa Francisco ha elegido un tema que se inspira en el relato de los discípulos de Emaús, en el Evangelio de Lucas: «Corazones fervientes, pies en camino». Aquellos dos discípulos estaban confundidos y desilusionados, pero el encuentro con Cristo en la palabra y en el pan partido encendió su entusiasmo para volver a ponerse en camino hacia Jerusalén y anunciar que el Señor había resucitado verdaderamente. En el relato evangélico, percibimos la transformación de los discípulos a partir de algunas imágenes sugestivas: los corazones que arden cuando Jesús explica las Escrituras, los ojos abiertos al reconocerlo y, como culminación, los pies que se ponen en camino. Meditando sobre estos tres aspectos, que trazan el itinerario de los discípulos misioneros, podemos renovar nuestro celo por la evangelización en el mundo actual. El encuentro con el Resucitado se convierte en fuente de luz y amor infinito que transforma el corazón con su gracia divina. Su presencia es esperanza y su amor incondicional transforma nuestros corazones para crecer en compasión y misericordia. Sin duda, es un corazón encendido el de los misioneros y las misioneras que entregan su vida al servicio a los demás sin medir exigencias ni dificultades, pues Dios está en el centro de su vida y de su vocación. El encuentro personal con Jesús tiene la capacidad de cambiarnos la mirada y empujarnos a vivir y anunciar el Evangelio que es amor y justicia. Él sale a nuestro encuentro, toma la iniciativa y camina a nuestro lado. Solo podemos ofrecer lo que habita nuestro interior: la experiencia de la confianza en Dios misericordioso que nos quiere, hace nacer la esperanza, la humildad, la generosidad y la libertad para anunciar la buena noticia. Antonio Evans, sacerdote, delegado diocesano de Misiones y director diocesano de Obras Misionales Pontificias, resume en unas líneas el Domund en Córdoba: «Nuestra diócesis vive intensamente esta jornada misionera: se han dado trece lanzamientos de campaña por distintas zonas y ambientes, se han realizado vigilias de oración, se ha contado con 6 misioneros ‘ad gentes’ que ha recorrido la diócesis en una animación misionera, se ha realizado una exposición misionera en el Patio de los Naranjos de la SIC sobre nuestra misión diocesana, y se ha celebrado la eucaristía de lanzamiento desde la Catedral con la eucaristía presidida por el obispo, Demetrio Fernández. Junto a estas acciones, podemos contemplar el paisaje de nuestros 198 misioneros cordobeses repartidos por los cinco continentes: 96 en América, 76 en Europa, 13 en Asia, 11 en África y 2 en Oceanía. El Papa les expresa su ternura cuando les dice «Quiero expresar mi cercanía en Cristo a todos los misioneros y misioneras del mundo, en particular a aquellos que atraviesan un momento difícil. El Señor resucitado está siempre con ustedes y ve su generosidad y sus sacrificios por la misión de la evangelización en lugares lejanos. No todos los días de la vida resplandece el sol, pero acordémonos siempre de las palabras del Señor Jesús a sus amigos antes de la pasión: ‘En el mundo tendrán que sufrir, pero tengan valor: yo he vencido al mundo’ (Jn 16,33)».
Hablar del Domund en un mundo golpeado sin piedad por las bombas, la destrucción y la muerte, podría parecer que desviamos la atención de lo más importante para hablar de lo de menor calado. No es cierto. Precisamente, las misiones y los misioneros son los heraldos del amor, de la paz y de la fraternidad, luchando con todas sus fuerzas por anunciar al Príncipe de la Paz. Son ellos los que portadores de la fe, allende los mares; los que llevan al verdadero salvador hasta los confines de la tierra. Un año más escuchamos la conocida frase de Paul Claudel, a los creyentes cristianos: «Y vosotros, los que veis, ¿qué habéis hecho de la luz?». Los misioneros son los enviados de Dios y de su iglesia para «iluminar el mundo» con su palabra y con sus vidas. Nosotros, citando de nuevo a Blas de Otero, evocamos sus versos para definir nuestra actitud desde la orilla de la fe: «Luchando cuerpo a cuerpo, con la muerte, / al borde del abismo, estoy clamando / a Dios. Y su silencio, retumbando, / ahoga mi voz en el vacío inerte». Hoy nos sentimos también misioneros con nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra generosidad ferviente para que el mundo se detenga ante tantos y tan terribles abismos.