Diario Córdoba

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Miren Uruburu

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Miren Uruburu

Aclarando conceptos

Cuando viajamos, al hacer una parada, poco más de una hora después de haber partido de la localidad en la que residamos, algo que puede llamar la atención a nuestros oídos es la variedad lingüística hablada por los oriundos del lugar con los que realicemos un intercambio comunicativo. Cualquier viajero que se precie y tenga un mínimo de conciencia lingüística, aunque desconozca el significado de este término, debería emocionarse o, como mínimo, respetar las diferencias existentes. Que no habla igual un cordobés que un vecino de Tomelloso o de Ribadesella es evidente. Son las ‘variedades diatópicas’: «variantes lingüísticas relacionadas con las diferencias geográficas de los hablantes de una misma lengua». Cuando alguien conoce a personas de diferentes niveles socioculturales, es posible que se dé cuenta de que difiere claramente la variedad lingüística hablada por un titulado universitario (de los de antes), o por una persona interesada en la cultura, de la de otro individuo que no haya podido o no haya querido estudiar. Y cualquiera con un mínimo de respeto al vecino debería comprenderlo. Son las variedades diastráticas: «aquellas que se distinguen por el nivel sociocultural de los hablantes». Por otro lado, es lógico que no hablemos igual en un bar con nuestro círculo cercano que en el trabajo, o bien dando una conferencia. En este caso, son las ‘variedades diafásicas’: «variantes de la lengua que dependen de la situación comunicativa en la que se encuentre el hablante». Y parece que todo ello no es comprendido por algunas personas que, haciendo uso de una variedad diastrática aceptable, hablan una variedad diatópica con más prestigio social que otras. Pongamos un ejemplo.

Una tarde de verano, en un pueblo perdido, se sienta a mi lado un ciudadano catalán de ascendencia andaluza y, sin pensarlo dos veces, me espeta: «El problema es que los andaluces no saben hablar y no se les entiende. ¡A ninguno! ¡Son unos paletos!». Además de una ignorancia garrafal, mi contertulio hizo gala de una grosería descomunal, pues no dudó en sentar cátedra aun sabiendo que yo misma soy cordobesa y que estoy casada con un onubense. En vez de alterar la variedad diafásica que estaba utilizando, para enviarlo al carajo en una variedad diatópica andaluza, traté de explicarle lo que estoy exponiendo en estas líneas. Fue en vano: por mucho que procuré aclarar con educación y términos asequibles para un cerebro en bruto que no es lo mismo una diferencia diastrática que una diatópica (es decir, que puede hablar perfectamente bien o completamente mal un paisano de Córdoba y uno de Badalona), el individuo se marchó reafirmándose en la idea de que él habla mucho mejor de lo que lo hacían sus abuelos, gracias a que estos tuvieron la genial idea de desplazarse hacia arriba para que sus hijos aprendiesen a hablar.

Se trata de un caso de deslealtad a sus ancestros y, en general, al prójimo, y de racismo lingüístico derivado de una incultura que puede camuflarse a duras penas tras una variante diastrática casi suficiente. No todos pueden dominar diferentes variedades diatópicas, ni conocen la variedad diastrática que son capaces de emplear, ni juegan con éxito con la variedad diafásica para que esta sea más o menos adecuada en un contexto determinado. Sin embargo, cualquier persona con un mínimo de educación debería tener una pizca de cortesía. Esta brilló por su ausencia aquel día, porque el personaje confunde conceptos y mezcla las interpretaciones de unas variedades y otras. «No está hecha la miel para la boca del asno». ¿Expresión demasiado grosera? Lamentablemente, la realidad observada y la marginación padecida una y otra vez.

* Lingüista

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