Diario Córdoba

Diario Córdoba

Desiderio Vaquerizo

a pie de tierra

Desiderio Vaquerizo

¿Qué está ocurriendo...?

España tiene un problema y los peores políticos para solucionarlo

Córdoba capital, madrugada de un fin de semana cualquiera durante el mes de septiembre. Varios gamberros que vuelven, tambaleantes, de fiesta deciden continuarla tirando al suelo las motos aparcadas junto a uno de los hoteles de la zona y arrancando con saña una docena larga de retrovisores a los coches estacionados en esa misma calle, mientras aprovechan para propinar a varios de ellos patadas en las puertas delanteras que hunden la chapa y arrancan la pintura. Es una escena real, pero no aislada, que se repite de manera periódica --incluyendo eventualmente rotura de lunas y cristales-- en otras zonas de la ciudad. En esta ocasión, justo es reconocerlo, la policía local actuó con rapidez y consiguió detener poco después a los facinerosos, aunque no siempre ocurre así. Ignoro qué fue después de ellos; no sería de extrañar, sin embargo, que entraran por una puerta y salieran por otra sin más contrapartidas que una multa, e incluso ni eso. Mientras, los ciudadanos afectados, a quienes sus respectivos seguros no cubren los desperfectos salvo que sean a todo riesgo, han de pagar la reparación y sufrir un rosario de papeleo, sabedores de que el fin de semana siguiente puede volver a ocurrirles.

No estoy fantaseando; tampoco exagero. Son datos contrastables, por lo que no insisto en ellos; pero hay varias preguntas que se derivan naturalmente del relato anterior: ¿qué está ocurriendo en la ciudad?; ¿adónde nos conducirá el turismo o, quizá mejor, la cultura de borrachera?; ¿eran víctimas únicamente del alcohol o llevaban alguna otra sustancia en sangre?; ¿qué tipo de gente es ésta, capaz de encontrar placer en destrozar lo ajeno?; ¿hasta qué extremos nos llevará la permisividad imperante, esta legalidad cada vez más laxa, que parece diseñada para beneficiar al delincuente y perseguir a la víctima?; ¿cuál es, o debería ser, el papel de los padres?; ¿y el de la policía? No pretendo caer en la simplificación demagógica; lamentablemente, la realidad es tozuda y acaba siempre imponiéndose a los bienpensantes: España --también el resto del mundo, si hemos de juzgar por las terribles barrabasadas que leemos en las noticias-- está sufriendo un deterioro galopante en la convivencia, problemas importantes de orden público, incivismo y abusos que van más allá de lo coyuntural y afectan a una forma concreta de enfrentar la vida, a la actitud beligerante y destructiva de una parte de su población, que, aburrida y sobreprotegida, encuentra en este tipo de actos el estímulo y la adrenalina ausentes en su día a día. Eso, por no hablar de la violencia desatada y multiforme que invade y anima las redes sociales. Sociólogos, psicólogos y educadores tienen una ardua tarea por delante para intentar establecer un diagnóstico adecuado y buscar solución a tan alarmante tendencia. El problema es que tales comportamientos y actitudes suelen obedecer a razones muy profundas y en ningún caso circunstanciales, por lo que requieren habitualmente de una o dos generaciones para corregir el rumbo.

Como ciudadano de a pie no se puede dar a mis opiniones más valor que el de expresión escrita de una honda preocupación, pero soy también docente y en este apartado sí que puedo pronunciarme con algo más de solvencia: muchos de nuestros estudiantes llegan a la universidad sin haber leído jamás un libro, manejando un número limitadísimo de palabras e incapaces de expresar siquiera un pensamiento complejo. Todo ello, por supuesto, tras haber pasado unas pruebas de selectividad convertidas hace ya muchos años en puro teatro. Traen así como bagaje graves carencias de comprensión lectora, lagunas semánticas tan grandes como océanos y una incapacidad absoluta para el razonamiento abstracto. Imaginen los riesgos de encargarle a alguien de este perfil la elaboración de un trabajo de investigación y síntesis. Lo más probable es que termine confiándoselo a la inteligencia artificial, cuyos múltiples peligros están cada día quedando en evidencia. Urge, pues, una reforma profunda del sistema educativo que lo adapte a los últimos cambios, un ejercicio colectivo y a fondo de autocrítica, recuperar sin complejos el principio de autoridad, de responsabilidad, de mérito y de orden, y que cada uno asuma de verdad sus actos y sus consecuencias. Muchos profesores de Educación Secundaria acuden a clase como quien va a la guerra; mientras, en las aulas universitarias los profesores hemos de luchar con la frustración de comprobar que nuestros alumnos ni siquiera nos entienden cuando hablamos.

Habrá quien desacredite este discurso por considerarlo propio de quien ve ya el mundo con ojos de abuelo; pero España tiene un problema y los peores políticos para solucionarlo. ¿A qué espera esa otra parte de la juventud para dejarse oír, denunciar aquello con lo que no esté de acuerdo y corregir el rumbo? Me refiero a jóvenes como al que se ha hecho viral estos días por tener dos trabajos y tirar de su familia. Pensamiento, activismo, sentido del compromiso y responsabilidad siguen siendo la más poderosa herramienta de cambio. Esta sociedad que se descompone por momentos los necesita.

* Catedrático de Arqueología de la UCO

Compartir el artículo

stats