El Sumo Pontífice de oriundez italiana alimentó como nunca durante el pasado verano la crónica de la actualidad más candente. En buena medida, ello debióse a su controvertida posición frente al legado histórico de la nación más extensa del planeta, digna de que su contribución al acervo civilizador merezca el aprecio a que es acreedora. Al margen de alguna afirmación discutible en cuestiones ‘per naturam’ controvertidas como las culturales, su enaltecimiento de diversos capítulos del pasado -obras y autores literarias, musicales, políticas- no han podido ser, ciertamente, más ajustado a la verdad y exactitud. Su intención al hacerlo tampoco exige más que el aplauso rendido. Pues, en efecto, sus matizaciones no han podido ser más oportunas y justas. La Historia del gran pueblo ruso no cabe reducirla al periodo soviético. Claro es que este ha de ser objeto de permanente recuerdo y reflexión del lado de Occidente y aun del mundo entero. Pero ha un tercio de siglo que pasó a ser el penúltimo capítulo de la contemporaneidad por completo ya bajo el dominio de Clío y sus servidores que apenas han encetado su trabajo con la acribia que el gran tema requiere. Centenares de muertos es su balance provisional. Pero hay también otros asuntos también en él que solicitan una investigación serena y pausada para la mejora y perfección de la sociedad hodierno imperante, colmada de injusticias y defectos.
Como es bien sabido, la razón principal aducida por el Papa Francisco en orden a justificar su reivindicación de varias parcelas del ayer ruso radica en su afán por concienciar a la juventud de esa gran nación de sus envidiables aportaciones a la configuración de la cultura occidental, cuya forja sería inexplicable sin su permanente y creativa presencia. La obsesión más incluso que la preocupación del Santo Padre por incardinar en el espíritu y talante de la juventud de varios pueblos del globo -no solo europeo- su condición de herederos de un gran pasado como motor indispensable para nuevas y altas empresas, es difícil que encuentre contestarios. El ejemplo y modelo del pretérito más o menos cercano se dibujan en tal escenario indispensables siempre que no se desborden los naturales márgenes de las declaraciones y doctrinas expuestas desde las tribunas más peraltadas de la colectividad internacional; y ninguna de ellas, por supuesto, más elevada que la alzada en la Plaza de San Pedro de Roma.
** Catedrático