Diario Córdoba

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Miren Uruburu

PUNTO Y COMA

Miren Uruburu

La tercera jornada

Es de dominio popular que los abuelos son unos seres importantes en la vida de la mayoría de los niños que han tenido la suerte de coincidir en tiempo y espacio con alguno de los padres de sus progenitores. En la historia personal de los infantes de los años 80 queda la canción de Enrique y Ana titulada Abuelito, en la que se presentaba a un ser especial que, además de una raqueta con pedales y un patinete nadador, siempre tenía la razón. Y es que cualquier pequeño que posea la fortuna de compartir momentos de la vida con su abuelo verá a este como un ser sencillamente superior. Asimismo, ha quedado grabado en las retinas de niños de varias generaciones el señor Hessen, abuelo de Heidi, que vivía junto a su nieta en unos Alpes suizos que poco tendrían que envidiar al paisaje más bucólico de Virgilio. En efecto, cuando un niño comparta juegos y complicidad con su abuelo, sentirá que vive, sin saberlo, junto a los pastores de las Bucólicas.

Como nieta de abuelos que estuvieron en la distancia y como madre de un niño que, ahora que existe mayor capacidad de movimiento, cuenta con ansia y emoción los días que faltan para volver a estar con sus avôs, tengo mi humilde opinión acerca de cómo deberían ser las relaciones entre unos y otros. Ha comenzado el curso y las puertas de los colegios se llenan de abuelos que dejan (en) y recogen a sus nietos de las escuelas. Ellos serán los familiares conocidos no solo por los maestros, sino también por los entrenadores y, en definitiva, por las personas que se relacionen en cualquier actividad extraescolar con los niños a cuyo cargo pasan los días. Habrá quien diga que, durante la semana, los padres tienen que trabajar y ‘deben’, por lo tanto, delegar en otros sus obligaciones con unos seres que son de su única e intransferible responsabilidad. Habrá quien argumente que el mundo laboral no crea medidas efectivas de conciliación y que ‘no queda más remedio’ que usurpar la jubilación a unas personas que ya criaron a sus hijos, al tiempo que corrían una carrera llena de muchos más obstáculos que los que se puedan encontrar en las pistas actuales.

En los últimos meses he compartido puntos de vista con algunos abuelos que aseguran estar amargados: se lamentan, pues, después de décadas de trabajo, ‘no pueden’ irse de vacaciones; ‘deben’ regresar con la mayor celeridad posible de cualquier parte, porque ‘tienen’ que ocuparse de sus nietos, y padecen lo que ha sido definido por los especialistas como el ‘síndrome del abuelo esclavo’, en tanto sienten la obligación moral, o sencillamente no se atreven a pronunciar un rotundo y merecido ‘no’, de criar a sus nietos. Es importante dejar a un lado situaciones de fuerza mayor en las que exista una realidad de dependencia, enfermedad o cualquier coyuntura de desgracia. Sin embargo, cuando, afortunadamente, no se da ninguno de estos casos, la solución no debería pasar por disponer de la vida de los demás. Porque el problema se extiende y no existen límites: los abuelos permanecen durante la semana, pues los padres están ocupados y ‘no existe otro remedio’, los abuelos están también los fines de semana, pues los padres, ‘pobrecitos’, están agobiados y necesitan descansar, y, ya de paso, los abuelos se quedan durante las vacaciones, porque los ‘desgraciados’ padres no tienen tiempo para la pareja.

Es evidente que los nietos necesitan a sus abuelos y estos necesitan a aquellos. La historia de Salvatore Roncone da buena cuenta de ello: el protagonista de La sonrisa etrusca, novela publicada por José Luis Sampedro en 1985, recupera la ilusión por la vida al tiempo que le cuenta su propia historia a Bruno, su nieto. Ahora bien, ¿cuándo descansan algunos abuelos? En ocasiones, nunca: están cumpliendo su tercera jornada laboral.

 * * Lingüista

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