La imagen de la ‘Colonia Patricia’ imperial permanecerá más o menos inalterada hasta las primeras crisis del siglo III. Por estas fechas, el esplendor monumental que la había caracterizado durante los dos siglos anteriores empieza a decaer: no se construyen nuevos edificios públicos, ni se importan materiales en la cantidad y calidad que se había venido haciendo; entran en crisis los talleres escultóricos y de decoración arquitectónica; se siguen usando las mismas casas de siglos precedentes y comienzan las reutilizaciones de materiales y de algunos espacios, públicos o privados, retrayéndose de nuevo la urbe a los límites interiores de sus murallas, al tiempo que muy posiblemente pierde la capitalidad de la ‘provincia’. Reaparece también ahora en las inscripciones su viejo nombre turdetano, que acabará consolidándose hasta hoy.
Este panorama de inicial decadencia, sólo matizada por la aparición de grandes ‘villae’ en el entorno suburbano y un cambio bastante significativo en el paisaje funerario, es, sin embargo, el que conoce la construcción de uno de los complejos arquitectónicos más emblemáticos de toda la historia de ‘Corduba’: Cercadilla, interpretado inicialmente como ‘palatium’ del emperador Maximiano Hercúleo, quien lo habría mandado construir con motivo de su estancia cordubense en las postrimerías del siglo III d.C., y más tarde revisado por otros investigadores en relación con la administración constantiniana y con el obispo cordubense Osio, consejero personal del emperador Constantino y máximo representante de la nueva aristocracia religiosa ligada al triunfo del Cristianismo. Parece, no obstante, existir cierta unanimidad en que la sede episcopal cordubense habría nacido ya en San Vicente, intramuros, cerca del palacio y del ‘castellum’ visigodos, del puerto y del puente, en el mismo punto en el que los musulmanes construirán más tarde su mezquita aljama. Se mantendría así, en un esquema bien conocido en otras ciudades del Imperio (caso, por ejemplo, de Barcino), la ubicación a lo largo del tiempo del centro urbano de representación y de poder, civil y religioso; en ‘Corduba’, cerca del río, del puerto y del puente, determinantes los tres en el papel histórico de primer orden que la ciudad desempeña casi desde su fundación.
En síntesis, la política atlántica de Roma en época imperial tuvo su más importante puerto de interior en ‘Hispalis’, centro neurálgico del comercio bético al que podían llegar desde Sanlúcar barcos de cierto calado, convertido por la fuerza de los hechos en punto de recepción y partida de los principales productos autóctonos exportados a otros lugares del Imperio (entre los cuales alcanzaría cotas nunca vistas el aceite de oliva). Ahora bien, muchos de ellos procedían de territorios aún más interiores, desde los que llegaban a través fundamentalmente del ‘Baetis’, arteria vital de la Ulterior Bética por cuanto vía de transporte principal de la época; y el puerto más destacado de todos ellos -junto al de ‘Astigi’, que controlaba el curso también navegable hasta ella del ‘Singilis’- fue el de ‘Corduba’, entre otras razones por ser el último aguas arriba del gran río, inaugurando el Valle Medio, donde la Depresión Bética empieza a cobrar anchura. Esto explica el papel que la ciudad desempeñó desde los primeros momentos de la conquista romana, inicialmente para dar salida a los metales de su sierra y entrada a tropas e impedimenta, y más adelante como uno de los focos redistribuidores del comercio local más activos del Valle Medio del río, quizás también con un determinante papel fiscal. No hay que olvidar que Córdoba sería uno de los siete puertos de ‘Hispania’ en los que la administración imperial tendría avanzado a un funcionario con su correspondiente oficina para el cobro del ‘portorium’ marítimo (habitualmente la ‘quinquagesima’). La pena es que ni la epigrafía ni tampoco la arqueología locales han sido hasta el momento pródigas en información al respecto; hasta el punto de que, con excepción de los accesos localizados bajo la actual Puerta del Puente, poco más podemos añadir a las viejas referencias de Estrabón (Geografía, III, 2, 3) y Plinio (Nat. Hist. III, 3, 4) sobre la navegabilidad del río.
Todo parece indicar que la intensa navegación fluvial por el Betis -con el consiguiente abandono de las orillas y las infraestructuras de todo tipo que la habían hecho posible-, comienza a decaer tras la subida al poder de la dinastía africana de los Severos y la caída del comercio bético del aceite de oliva a favor del norteafricano. Empezaría entonces un periodo de oscuridad que, tras leves referencias en época islámica, en las fuentes sólo cobra de nuevo verdadero protagonismo en la Baja Edad Media, cuando hablan de un activo comercio entre Córdoba y Sevilla, y, algo más tarde, con el humanista Fernán Pérez de Oliva, primero, en coincidencia con la recuperación de su importancia y vocación atlántica por parte del puerto de Sevilla tras el descubrimiento de América, y el ilustrado Pablo de Olavide, después.
* Catedrático de Arqueología de la UCO