En nuestro compromiso por no dejar que los vaivenes de la actualidad nos impidan mantener la vista centrada en los grandes temas prioritarios para el planeta, las personas y el progreso, este fin de semana analizamos cuáles son las principales nuevas soluciones que podría aportar la ciencia al inmenso reto que supone el cambio climático, el eje central, pero no el único componente, de la crisis ambiental que debemos encarar. Entre estas posibilidades que podrían añadirse a los actuales medios con que contamos para emprender acciones de mitigación o adaptación, algunas tienen potencial para llegar a modificar las reglas del juego, desde los dos frentes en que se plantea la lucha contra el calentamiento global: la captación de gases de efecto invernadero para reducir su concentración en la atmósfera o la reducción de sus emisiones con la electrificación del sistema energético basada en fuentes renovables, limpias y con capacidad de almacenamiento y transporte. Destacamos entre estas promesas que podrían llevar estos esfuerzos a otro nivel el desarrollo de materiales superconductores que mejoren exponencialmente la eficiencia del transporte de electricidad, la posibilidad de que se desarrolle la producción de energía eléctrica a partir de la fusión nuclear, la fabricación de superbaterías a partir de materiales comunes, el desarrollo de variedades de plantas que almacenen más CO2 o la mejora de la eficiencia de las placas solares. Todas y cada una de estas tecnologías han dado pasos tangibles para llegar a ser algún día realidad. Pero aún en el campo de la investigación básica, en algunos casos no sin controversias y en estados de desarrollo alejados aún de convertirse en soluciones prácticas a corto plazo.
Otras respuestas desde la geoingeniería más imaginativa están en cambio aún más cerca de la ciencia ficción que de la aplicación práctica. Desde las propuestas de fertilizar los océanos u otras estrategias drásticas para aumentar la absorción de CO2 a la de reducir la radiación social con aerosoles, partículas o improbables mecanismos reflectantes. Estas técnicas presentarían, de aplicarse, peligros imprevisibles y poco estudiados sobre el equilibrio ecológico del planeta y no resolverían el factor que está en la raíz del mal, las emisiones de gases de efecto invernadero.
A diferencia de las propuestas más realistas que hemos expuesto, estas ideas corren el riesgo de alejar la mirada del foco principal del problema, la necesidad de reducir las emisiones. Tanto unas como otras conllevan el peligro de confiar en soluciones milagrosas que nos ahorren los costes necesarios para mitigar la deriva que nos acerca cada vez al horizonte de un planeta menos habitable.
Pero también sirven para combatir un pesimismo extremo que considere que cualquier esfuerzo es ya inútil y lleve a la inacción. Los esfuerzos para que la investigación haga realidad algunos de estos avances prometedores deben seguir. Algunos quizá estén más cerca de lo que podríamos imaginar. Pero sin que confiar en su llegada nos lleve a engaño. No podemos evadirnos de la necesidad de un cambio de todo nuestro sistema productivo y de consumo, con respuestas que no puede hacerse esperar. Porque, de hecho, ya vamos tarde.