Aznar reclama a la ciudadanía que se movilice contra el Gobierno, González y Guerra vuelven a revolverse contra Sánchez, Puigdemont afila sus dientes no sin antes meterse en algún charco... El panorama político está de lo más tranquilo, oigan. Ni un día sin rebeliones internas ni críticas externas. Sin indirectas directas a la yugular ni advertencias que suenan a amenazas. Discursos incendiarios, palabras gruesas y fuego falsamente amigo por parte de algunos ex que ansían titulares y protagonismo. Nostálgicos del poder que incluso prefieren herir al líder de su partido que guardar silencio para mantener la unidad, al menos en público.
Feijóo reconoce contactos con Junts, Sánchez estudia la amnistía, Pere Aragonès es abucheado en la Diada... son la cara ‘b’ del disco que algunos pretenden que deje de sonar. Están tomando decisiones complicadas y controvertidas que no todos los suyos entienden. Es más, muchos las cuestionan y las colocan en el disparadero mediático. Visten la armadura de héroes defensores de los principios de un partido con historia, alegan lealtad y fidelidad a la Constitución, y se erigen en salvapatrias contra todo aquel que, según su opinión, intenta acabar con su país. Como si los demás fueran extraterrestres.
Curiosamente son políticos acostumbrados a mayorías absolutas, gobiernos narcisistas y poderes incondicionales. Sus liderazgos han sido incuestionables y admirados. Han presumido de mandatos históricos y decisivos para el devenir de España. Ninguno habría permitido una revolución como la que avivan. Ellos lo llaman responsabilidad nacional, otros muchos, incapacidad para asumir su nuevo papel en la política española. Cuesta abandonar el sillón, alejarse de los focos y perder área de influencia. Convertirse en uno más cuando has sido el número uno cuesta, no lo dudo, pero los tiempos han cambiado. Imagino que Pedro Sánchez se sentiría mucho más cómodo residiendo en la Moncloa sin dependencias ni exigencias de nadie, ni siquiera de Sumar. Tendría un cheque en blanco para hacer lo que quisiera sin doblegarse a intereses independentistas, esos mismos que ahora llegan desde Bruselas y antes se escuchaban en hoteles de alto standing pidiendo a su interlocutor hablar catalán en la intimidad.
Las urnas han querido, una vez más, que los partidos dialoguen y negocien. Es lo que tiene la pluralidad y un sistema parlamentario. Cuando uno no asimila el nuevo funcionamiento de la política llegan los problemas. Los tiempos de verdades y razones absolutas se han esfumado, cuanto más tardemos en interiorizarlo peor nos irá como país. Cada uno sabrá si ha de seguir levantando la voz constantemente.
*Periodista