Se ha hablado mucho del beso penalizado de Rubiales. Indudablemente tiene encaje penal. Otra cosa es como resultará la cosa en la oportuna sentencia realizada tras un juicio con todas las garantías. Pero hoy les hablo del hecho previo de echarse mano a sus partes ante la reina de España (bueno, yo creo que no se dio cuenta esta mujer). Es que he escuchado por ahí, que esto es peor aún que el beso inconsentido o con consentimiento viciado. Siempre somos dados a opinar pronto y apasionadamente cuando lo que ocurre en nuestro país nos importa, nos duele o también nos enorgullece. Pero aquí, quizá, el error es que solo lo analizamos desde el prisma del feminismo y su ansia de igualdad. Pero indudablemente deben existir otros parámetros desde donde analizar socialmente los hechos. Sobre todo, el de los genitales de Rubiales. Y creo que hay que analizar desde el prisma de lo que socialmente significa y cómo se desenvuelve este deporte. Estamos de acuerdo que agarrarse los cohone no puede ser jamás un gesto elegante como pudiera ser la señal de la victoria con los dos dedos. Lo que ocurre es que tenemos que tener en cuenta en el ámbito donde lo hizo: en la celebración de una copa mundial conseguida de fútbol. Ahí, a mí al menos, no me impresiona tanto porque en este deporte --y perdonen-- está socialmente aceptado el insulto, la grosería y el chabacanismo. ¿O es que no se acuerdan de cómo se divierte el público al unísono contra un jugador del equipo rival cuando protesta o realiza una falta con eso de ¡hijo de putaaa, hijo de putaaa, hijo de putaaa?. O cuando el portero contrario lanza la pelota desde su portería y todo el estadio le llama cabrón. O las peleas que hay dentro del campo y que forman parte de la pasión futbolera. Recuerdo una final de la Copa del Rey en la que los jugadores del Bilbao y del Barcelona la emprendieron a golpes delante del rey de España cuando además este hombre en aquellos años tenía un prestigio descomunal. Tengo clavada en la memoria la patada de karate de Migueli a un jugador del Bilbao. Pues bien, a los pocos días se olvidó todo. O sea, en el fútbol, la chabacanería y la vulgaridad forman parte del espectáculo. Y disculpen ustedes, pero el fanatismo por la pelota suele atrapar más fácil a personas tan poco discretas como el deporte por el que sienten esa devoción. Y Rubiales es uno de estos. Lo que les quiero decir es que la reina Leticia no se va a asustar por este gesto y mucho menos se va a sorprender porque ella sabe que los apasionados por el fútbol caen en estas vulgaridades y este deporte es esencialmente chabacano en sus celebraciones y sus derrotas. Por tanto, al menos por este gesto no se debe destituir a un presidente que ha conseguido la copa mundial y que producto de la euforia de conseguir el trofeo más importante, y en línea con esa chabacanería comentada, se echa mano a los huevos como señal de esfuerzo competidor de sus jugadoras y del entrenador.
Así que la Reina de España o el Papa de Roma, si quieren ir al fútbol tienen que contar y asumir que se van a encontrar con estas cosas. Si no, pues que no vayan y manden a otro.
** Abogado