Y este verano, en que Can y Sirio se han acercado demasiado, los cordobeses han sufrido la canícula sin poder sentarse ante la pantalla en los cines de verano.
De adolescente, y después, frecuentaba en los cálidos veranos los dos cines más cercanos, abiertos y muy frescos: San Eulogio, una vez que durante el verano dejaba de servir como estadio deportivo, y Goya, que estaba en el cruce de la Ribera con Caño Quebrado.
Nuestra juvenil ilusión era, además de ver la película, poder comer pipas de girasol y altramuces endulzados y sin alcaloides. Y nuestro desasosiego se sustancia en la alergia edematosa que producían las pulgas y chinches que se habían incubado en las sillas de anea. En esos dos cines los sifonápteros disfrutaban de la sangre de las nalgas aposentadas. Cuando las pulgas y chinches entraban en acción no sabíamos dónde poner nuestros dedos: si en el cartucho de pipas de girasol o en los edemas a los que rascar para calmar la picazón. Las aneas eran el nido de sus larvas y el calor de nuestros muslos el incentivo para picarnos.
Nunca fui a los cines de verano como el Coliseo en San Andrés, el Fuenseca a espaldas del convento de Santa Marta o el Olimpia en la calle Zarco, a espaldas del Palacio de Viana. Hasta muy adulto no sabía del cine Delicias cerca del convento de los Trinitarios. Estaban muy lejos de casa esos cines y en los años cincuenta no era recomendable cruzar el puente romano sobre el Guadalquivir en las primeras horas de la madrugada para llegar a casa.
He leído la colaboración de Rosa Luque en el Diario CÓRDOBA. Excelente y nostálgico texto sobre estos nuestros cuatro cines de verano, cerrados este verano por fallecimiento del empresario, un enamorado del cine, que arriesgaba su tiempo y su dinero en hacer felices a los cordobeses en noches tórridas e insoportables. El señor Cañuelo falleció en abril y nadie pudo sustituirlo en su caritativa misión de abrir esos cuatro cines. Rosa Luque defiende que esos cuatro espacios lúdicos siguen siendo hogar abierto al público en las noches de verano para solaz de jóvenes y ancianos. Es un modo de escanciar las esencias y fatigas de esta ciudad.
El fallecimiento de Cañuelo deja a los cordobeses sin esas cuatro ventanas, abiertas al cielo, sentados ante una gran pantalla. Y sin la posibilidad de ver los colores con un refresco en la mano o con un cartucho de saladillos. Supongo que en las sillas no hay larvas de pulgas ni chinches que chupen nuestra sangre.
Quizás el concejal, responsable del ocio, deba tomar la decisión de impulsar la apertura de estos cines en el próximo verano y facilitar que otro emprendedor, amante del cine al aire libre, se lance a esta aventura estacional e incluso en esos espacios incorpore nuevas actividades de tipo cultural al aire libre en primavera y otoño.
Ahora disfruto caminando por Santa Marina y ando por Zarco hasta alcanzar el local del cine Olimpia y, antes, haber descendido por la Cuesta del Bailío y llegar a la plaza Fuenseca para virar hacia el convento de Santa Marta en algún que otro domingo.
Ir a los cines de verano es un deleite de gran valor. En aquellos veranos de los finales de los años cincuenta pocos cordobeses pueden ir a Fuengirola o a los Boliches y tampoco al camping de aquella ciudad, de modo que se conforman con comprar una entrada en un cine de verano y un cartucho de pipas o de chochos.
*Catedrático. Académico de honor