Diario Córdoba

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Francisco Gordón Suárez

tribuna abierta

Francisco Gordón Suárez

Inteligencia artificial

Es un novedoso artificio que, a modo de greguería, bien pudiera definirse como el salvavidas para quien carece de la inteligencia natural

Hay inventos que los carga el diablo. La dinamita, la energía nuclear o el alioli son algunos de los ejemplos del daño que su mal uso puede causar a la humanidad, de ahí que sea comprensible la pugna entre detractores y partidarios de la inteligencia artificial, novedoso artificio que, a modo de greguería, bien pudiera definirse como el salvavidas para quien carece de la natural.

El afán por alcanzar un igualitarismo mal entendido ha encontrado su mejor aliado en la inteligencia artificial, y ahora a golpe de clic se puede obtener lo que natura no da ni Salamanca presta. Hoy el oráculo del saber sólo necesita una buena conexión a internet. Ya sea por influencias becquerianas («la torpe inteligencia del cerebro dormida en un rincón» ) u orteguianas («la mayor parte de los hombres tienen una capacidad intelectual muy superior al ejercicio que hacen de ella» ), lo cierto es que hay quien piensa que nuestro intelecto - al igual que el de Luis Rubiales - necesita una ayuda externa. Para los que confesamos medio siglo la adaptación a cualquier avance tecnológico no es cosa menor, motivo por el que este verano asistí con gran interés a una conferencia anunciada bajo el premonitorio título ‘El tofu y la inteligencia; el triunfo de lo artificial’, tras la que me declaro rendido defensor de las bondades de la inteligencia artificial. Así, el hecho de que una máquina piense por ti permite hacer pasar por ilustrado a quien no lo es, descubrimiento acogido con especial entusiasmo por Pachi López y el ministro de Iceta que, por fin, pueden simular ser esos licenciados universitarios que nunca fueron. Menor fervor ha sentido la ministra María Jesús Montero al ser informada de que hasta dentro de un par de lustros no se esperan progresos técnicos que permitan hacer su discurso inteligible. También esperaba con especial interés la fundada opinión de la ministra de Ciencia y Tecnología, pero nadie a quien he preguntado sabe quién es.

No obstante, el revolucionario avance que supone la inteligencia artificial no está exento de riesgos. En el campo audiovisual se manipulan imágenes con tal grado de precisión que resulta imposible distinguir la realidad de la impostura. Si Groucho Marx preguntara hoy « ¿a quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?» obtendría el silencio por respuesta. Uno ya duda si todo lo que ve por televisión es un espejismo; a mi lado, santo Tomás es un ingenuo. Sin embargo, pese a estar logradas, hay escenas creadas artificialmente que ni la Sexta puede hacer pasar por verdaderas. ¿Quién puede creer que es real el vídeo de la siempre descojonada vicepresidenta segunda del Gobierno junto a un prófugo de la justicia?; ¿alguien en su sano juicio cree verosímil que un socialista se fotografíe sonriente junto a los testaferros de los etarras que asesinaron a sus compañeros?; ¿acaso es creíble que en España un litro de aceite cueste más que una botella de whisky de Malta? Sólo un cándido, y su tocayo de apellido Conde-Pumpido, tragarían con estas patrañas.

Ahora que casi todo en la vida es un sucedáneo, el éxito de la inteligencia artificial está asegurado. Hacer pasar la mentira por verdad tiene futuro. Que se lo digan a Pedro Sánchez; en eso sí tiene un doctorado.

*Abogado

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