Cuando vivía en Madrid, debí haber sabido (‘obligación’) una serie de datos que hubiesen hecho mi estancia allí todavía mucho más feliz de lo que fue. Pero debía de estar (‘probabilidad’) con la cabeza en asuntos que entonces me parecían vitales, como por ejemplo el estudio de la gramática. Hagamos un ejercicio de sintaxis al tiempo que viajamos hasta la capital, cuya rápida comunicación con Córdoba ya querrían para ellas muchas ciudades españolas.
Si hubiese sabido que de Madrid parten todos los caminos, habría pisado con mayor emoción el kilómetro 0 en la Puerta del Sol. Si hubiese reflexionado sobre ilustres compatriotas que un día ansiaron viajar a la villa para cumplir sus sueños, habría sentido más emoción al hacerse realidad algunos de los míos. Si hubiese sido consciente de quiénes frecuentaron y se inspiraron para sus obras en el Café Comercial, habría acudido a él más veces para buscar a las musas. Si hubiese leído con más interés a Pío Baroja, habría paseado por Argüelles recordando las conversaciones entre Andrés Hurtado y su tío Iturrioz. Asimismo, si hubiese decidido tener más tiempo libre, habría recorrido en busca de Fortunata la calle de la Cava Baja y otros rincones inmortalizados por Benito Pérez Galdós. Si hubiese sido más práctica, habría dedicado más horas al estudio de la mitología griega en el Museo del Prado que en una solitaria mesa. Si no hubiese creído que las situaciones perduran para siempre, habría asistido a presenciar con más frecuencia eventos deportivos de primera línea. Igualmente, si hubiese administrado mejor las horas, habría vivido mayor número de veces la magia en las tablas del teatro Español, Calderón o La Latina. Si hubiese tenido la curiosidad que me han ido dando los años, habría sabido que la Latina era Beatriz Galindo, quien, a su vez, da nombre a uno de los centros de enseñanza de secundaria más emblemáticos de la ciudad. Si hubiese sido capaz de tirar siempre del hilo, habría visitado ese instituto y también el Ramiro de Maeztu, cantera del Estudiantes y lugar en el que cursaron Bachillerato, cuando este se preciaba, el catedrático de Derecho Romano José Domingo Rodríguez Martín o la Reina de España, entre otros.
El hecho de recordar empleando construcciones subordinadas condicionales que han sido clasificadas tradicionalmente como ‘irreales’ se antoja absurdo, pues lo que es irreal es necesariamente imposible. Sin embargo, alivia repasar con la mente momentos en los que, sin saberlo, se estuvo en el lugar donde hoy nos gustaría estar. Y entonces la fantasía puede convertir la subordinación condicional irreal en construcciones subordinadas ‘potenciales’, más o menos probables. Si mi camino fuese a parar de nuevo en Madrid, cogería las ‘Rimas’ de Bécquer para recorrer el Barrio de las Letras, me reafirmaría en la idea de que, por muchos años que pasen, nunca es tarde para seguir cumpliendo sueños, tendría mi mesa reservada en el café de la Glorieta de Bilbao, mis alumnos nunca olvidarían el recorrido de los personajes de nuestros clásicos, frecuentaría museos, asistiría a competiciones deportivas, experimentaría la catarsis griega en todos y cada uno de los teatros de la ciudad, lucharía con tenacidad para impartir clases en el Instituto Lope de Vega, y emplearía las horas de transporte público para leer y escribir.
Ahora que empieza el curso, habrá estudiantes que comiencen un nuevo periplo de sus vidas en Madrid. A ellos que ahora viven ese presente se les puede dedicar los últimos ejemplos de construcciones subordinadas, en este caso ‘reales’ o ‘posibles’. Si me desplazo en metro, aprovecho para repasar lo visto en clase. Si haces caso a tus padres y a tus profesores, todo irá necesariamente mejor. Si entraste en esa universidad, sin duda estudiaste mucho y debes saber lo que vales. A ti que vales, no te pierdas por Madrid: aprende a quererla, de la misma forma que se aprende a disfrutar con más o menos ganas de la sintaxis.
** Lingüista