Diario Córdoba

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Antonio Gil

para ti, para mí

Antonio Gil

El Papa apuesta por ‘soñar juntos’ en esta hora

Las noticias son sólo buenas si nos benefician personalmente; si son malas, entonces nosotros somos las principales víctimas

Me ha llamado la atención el titulo de uno de los libros del papa Francisco, en el que nos invita a que «soñemos juntos» en esta hora. ¿Se puede «soñar» cuando el mundo entero se siente golpeado por las guerras y una oleada de crisis angustiosas amenaza con derrumbarnos y destruirnos? A lo largo de un tórrido verano, una lista de calamidades encadenadas ha acentuado una especie de «huida colectiva», a la búsqueda de mejores paisajes que nos hagan olvidar un poco todo lo que se nos está viniendo encima. Pero la «huida» no soluciona los problemas. Todo parece «polarizarse» en un instante, todo «fluye» de manera alocada, hasta el punto de que se han alzado ya algunas voces sobre la trampa que sobrevuela la prensa, cuando los propios periodistas se dan cuenta de que una cosa es recoger «el sentir de la sociedad», llevando la conversación de la calle al medio, y otra bien distinta, «llevar a la calle lo que sólo existía en Twitter». Por eso, el papa Francisco, antes de hablarnos de sus «sueños», nos expone esas tres actitudes nefastas que impiden el crecimiento, la conexión con la realidad: «el narcisismo, el desánimo y el pesimismo». Primero, el narcisismo nos lleva a la «cultura del espejo», a mirarnos a nosotros mismos, centrándonos en nuestros propios problemas. Lo demás, no lo vemos. Las noticias son sólo buenas si nos benefician personalmente; si son malas, entonces nosotros somos las principales víctimas. Segundo, el desánimo que nos sumerge en una queja continua de todo lo que nos rodea. El desánimo nos lleva a la tristeza que nos corroe por dentro. Y la tristeza mata poco a poco las ilusiones porque se han nublado los horizontes. Y en tercer lugar, el pesimismo, que es como un «portazo» que damos al futuro y a la novedad que ese futuro puede ofrecernos. Una puerta que nos negamos a abrir por miedo o por falta de audacia. El pesimista ve siempre la botella medio vacía, en vez, de alegrarse por lo que todavía conservamos. Son tres maneras de bloquearnos, de paralizarnos. En el fondo, preferimos las ilusiones que disfrazan la realidad, en vez de descubrir todo lo que podemos llegar a realizar. El papa Francisco, tras señalarnos el peligro de estas «actitudes» ante un presente difícil, nos sugiere los caminos a seguir para evitar el fracaso: «Hay que comprometerse con lo pequeño, con lo concreto, con las acciones positivas que uno puede tomar, ya sea para sembrar esperanza o reclamar justicia». Y una de las esperanzas que el Papa nos abre para nuestras vidas, es que «volvamos a tomar contacto con la realidad». Necesitamos pasar de lo virtual a lo real, de lo abstracto a lo concreto, de la «cultura del adjetivo al sustantivo». Francisco nos habla también de encontrar los propios horizontes: «Cada uno de nosotros debe preguntarse si en su vida hay horizontes. ¿Hay horizontes? A menudo sucede que la gente no puede verlos. Y se siente un poco mal porque no observa, no sabe mirar y buscar esos horizontes. Ante las duras pruebas de la vida, parece que la fe vacila, pero la fe necesita madurar y no debemos desanimarnos ante la dificultad de las tormentas». Nos vienen a la memoria imágenes como la del Papa solo en la plaza de San Pedro el 27 de marzo de 2020, durante el confinamiento. Una plaza vacía y al mismo tiempo llena, que abrazó a toda la humanidad. Un silencio ensordecedor. Su voz, con el trasfondo de la lluvia: «Espesas tinieblas se han acumulado en nuestras plazas, calles y ciudades. Señor, bendice al mundo. Te imploramos, Dios, no nos dejes a merced de la tormenta». Aquel momento extraordinario de oración con la bendición «Urbi et Orbi» es una imagen emblemática que quedará en la historia de la humanidad y en la memoria colectiva de todos nosotros. Es el símbolo de la impotencia que nos hace arrodillarnos postrados y desorientados, en un silencio que contiene el grito de cada uno. Actualmente, el mundo y nuestra sociedad viven continuas tormentas, en las que todos estamos llamados, cada uno en su papel, a aportar nuestro granito de arena para seguir navegando. Una tormenta no se puede detener, sólo se puede aprender a navegar.

Va pasando poco a poco una canícula de fuego, mientras esperamos la llegada de un otoño para abrir las besanas de la tierra y realizar, a mano alzada, una siembra esperanzada. Brillan en el horizonte tres «tareas urgentes»: primera, tenemos que encontrar maneras para que los que fueron descartados se conviertan en actores de un futuro nuevo; segunda, tenemos que involucrar a nuestro pueblo, el verdadero, no el virtual y el de las redes, en un proyecto común que beneficie no sólo a un pequeño grupo de personas, a «los de siempre», a los que imponen la «manipulación y la falsedad», sino que se centre en el «bien común», en el bienestar de todos; tercera, tenemos que cambiar la manera en que la propia sociedad funciona, desbocada como camina, hacia abismos de enfrentamientos y divisiones. El mundo necesita un «suplemento de alma», decía Bergson. Un «alma» que derrame sobre todos nosotros horizontes de grandeza, conciencias limpias y oleadas de verdad y de justicia. Un «alma» que nos devuelva «una sonrisa de esperanza».

*Sacerdote y periodista

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