En una visión necesariamente antropocéntrica de la existencia, el ser humano modela su propia biografía con una miríada de actos. Históricamente, lo que caracterizaba al héroe o al villano era que alguno de estos actos descollaba sobre el común, como una montaña inaccesible al que prestabas admiración o en la que se barruntaban las tormentas del castigo por aquella vesania. No es que sea un rasgo exclusivo de los españoles solapar este maniqueísmo, pero sí es un elemento distintivo de nuestra identidad, plasmado en la maestría del manejo de la tragicomedia, casi una ventana por la que nos hemos asomado al mundo.
El triunfo de la selección femenina de fútbol es un exponente de esta dualidad. La gloria de alzar la copa del Mundial, solo ocho años después de nuestra primera participación, se ha visto empañada por el calentón del señor Rubiales que, no sé si a su pesar, se ha abonado al antes muerto que sencillo: portadas planetarias por un comportamiento denigrante que contribuye a ahondar nuestra leyenda negra. Dos al precio de uno, porque junto al beso no consentido se une el bochornazo de los huevos de oro, pasando la exaltación del gol por la entrepierna al estilo del Rockefeller de José Luis Moreno, sin el más mínimo decoro institucional, aunque la Reina estuviese dos asientos a su derecha.
La sublimación o la losa de los actos. Rubiales ha optado por la segunda vía. Ni siquiera se ha permitido la contrición de la espontaneidad, asumiendo el craso error, acaso asustado por el vértigo de labrarse otro futuro fuera de esa bicoca de presidir la Federación Española de Fútbol. Como tuiteó Iker Casillas, se siente vergüenza ajena al escuchar el relato del piquito consentido, abochornando e intimidando a Jennifer Hermoso. Patéticos los aplausos de muchos asamblearios, palmeros que intentaban entibar al líder en un momento crítico, circunstancia del que no podemos aliviar un ejercicio de hipocresía. Aquel enroque no trataba de sortear una agresión sexual, sino ostentar el ejercicio del poder, la misma dinámica que en cualquier escala aprecias de no contrariar la jerarquía, aunque se evidencie un abuso de poder; el compás de espera de las solidaridades, cuya inmediatez y contundencia es proporcional al alejamiento del círculo de ese poder. La decantación de las fuerzas hace asomar las primeras disidencias internas, como las condenas de los seleccionadores de fútbol, que en ese comunicado se tientan las vestimentas. Puede que haya instrumentación política, pero bendito ese consenso que lleva a decantarse por la misma línea de condena y destitución a una abrumadora mayoría del hemiciclo. Y ha sido el señor Rubiales el que se ha metido solito en esta trampa, por una impronta chulesca y demodé que no refleja la realidad social de esta España nuestra. Lo más triste es importantísimo jalón del deporte femenino español tenga que emborronarse por un comportamiento machista.
Señor Rubiales: los actos, el contexto y las consecuencias. No ha lugar a la guerra de Troya ni al rapto de las Sabinas, aunque se llevase sobre los hombros a una jugadora como el botín de una ‘razzia’ vikinga. Se hubiese sentido más cómodo cuatro décadas atrás, con el canon de Esteso y Pajares de ‘Los bingueros’ y la apoteosis cutre del Naranjito. Es probable que la conducta de Rubiales enturbie las opciones de la candidatura del Mundial de 2030 en España, Portugal y Marruecos --aparte de que otras cuestiones geopolíticas también agrien esta posibilidad--. Vistos los resultados, nos viene mejor jugar en los otros confines del mundo. Y si se confirma la destitución de Rubiales, acaso se revierta esa imagen negativa que nos autoinfligimos y se muestre que somos unos de los países pioneros en la lucha por la igualdad. Gloria a las campeonas.
*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor