En el lenguaje cinematográfico y teatral, fundido a negro significa la transición gradual de una imagen a otra. Un oscurecimiento de la pantalla al que seguirá una apertura para iniciar la fase siguiente. En esto pienso, sentada bajo la sombrilla, mientras miro distraída las huellas que han dejado en la arena de la playa las patitas de las gaviotas, que han estado aquí posadas hasta que los primeros paseantes han hecho su aparición. En la sombrilla de al lado, una mamá trenza el largo cabello de sus dos hijas para que no se les enrede y las manda al agua con un animoso «¡Hala, a daros el último baño!» ¡El último! ¡Madre mía, qué mal suena eso! El último cigarrillo. El último beso. El último día. En eso estamos, en el último de las vacaciones; al menos, como para otros muchos, para los de la sombrilla de al lado. Las niñas --10 y 12 años, probablemente-- se lanzan al agua sin el menor atisbo de nostalgia; para ellas sólo existe el presente y el futuro más lejano que vislumbran es el comienzo del curso escolar.
La mamá habla por el móvil: «Ya tenemos todo recogido, las maletas hechas y el apartamento limpio. Hoy comemos en el chiringuito para no ensuciar la cocina. Después, un ratito de siesta y a Córdoba, que empezamos a trabajar el 1 de septiembre y tenemos que organizar la casa, que si no, nos pilla el toro». Escucho con envidia lo de que ya lo tiene todo recogido, aunque estaría más envidiosa si supiera que ya lo tiene todo colocado en el coche, que es lo que más trabajo me cuesta a mí, como ya saben mis amigos y lectores. Por más que haga listas, las escriba y las repase, al final se me forma en el pasillo una interminable fila de bolsas y paquetes. Lo de menos son las maletas. Lo más importante es colocar a la perra y al loro distanciados, porque de él desconozco los sentimientos hacia Kira, pero como ella lo pille un día fuera de la jaula, ése sí que va a ser el último de su vida. Pues este año, a las complicaciones habituales tengo que añadir dos sandías monumentales --cada una de ellas pesa un mínimo de 10 kilos-- que me han regalado.
Así que en esto pienso y escribo en una columna que se llama escenario: en concebir las vacaciones como una representación teatral en la que transportamos e instalamos nuestra utilería, a la vez que cambiamos el decorado. Ahora toca volver al decorado anterior, revisar el guión, apagar la luz aquí y encenderla en otra parte. Un fundido a negro.
*Escritora. Académica