Desde el comienzo de nuestra reciente democracia, el tejido político en España se ha venido tejiendo a través de una constante dualidad que se ha manifestado en los conceptos de progresismo y conservadurismo. Estas corrientes ideológicas han moldeado y definido las direcciones políticas y sociales del Estado, a la vez que han generado debates y reflexiones profundas sobre el camino que debería seguir nuestra nación. A pesar de la complejidad de los sistemas políticos, la tensión entre estas dos fuerzas sigue siendo un elemento fundamental en el panorama español. A saber, el progresismo se ha caracterizado por su énfasis en el cambio social y la innovación, en un contexto de un mundo en constante evolución. Por otra parte, el conservadurismo, arraigado en la tradición y la estabilidad, busca preservar los valores y las estructuras que han definido la cultura y la sociedad de la nación. Aunque tengamos en cuenta que la dualidad entre el progresismo y el conservadurismo no solo se juega en los espectros políticos, sino también en la misma sociedad. No obstante, nuestra historia reciente nos demuestra positivamente que la línea entre progresismo y conservadurismo no ha sido ni rígida ni estática. Los partidos y líderes políticos hasta hace muy poco siempre habían adoptado posturas que reflejaban las preocupaciones y demandas comunes de uno y otro signo políticos, sobre todo en situación de equilibrio electoral. Ahí están para demostrarlo las soluciones políticas pragmáticas y adaptables con las que estas dos fuerzas mayoritarias forjaron la Transición. A pesar de sus diferencias, tanto el progresismo como el conservadurismo han contribuido al enriquecimiento del debate democrático, pues ambos han venido buscando el bienestar de la sociedad que representan. En este equilibrio nuestra democracia siempre ha encontrado su fuerza. Aunque ahora, en la polarización política se ha topado con su debilidad.
*Mediador y coach