Diario Córdoba

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Antonio Gil

Para ti, para mí

Antonio Gil

La «política de la esclavitud» llama a la puerta

La deriva totalitaria de los gobiernos en la sociedad occidental aparece cada día con mayor evidencia

El país está de vacaciones. El descanso necesario y merecido puebla las playas multitudinariamente, mientras la vida política y económica estrena rumbos y decisiones que nos afectan a todos, pero ante las que el ciudadano de a pie no puede hacer nada. Puede, eso sí, darse cuenta de lo que está pasando, sin desentenderse de la realidad. Sobre todo, en estos momentos de la historia, convertidos en grandes encrucijadas, cuando comienza a hablarse de un nuevo fenómeno a la vista: la llamada «política de la esclavitud». La deriva totalitaria de los gobiernos en la sociedad occidental aparece cada día con mayor evidencia. Mañana tras mañana nos desayunamos con noticias relativas a la imposición ideológica que se está llevando a cabo en nuestros ambientes y que pretende acabar con cualquier disidencia anulando la posibilidad de mostrar disconformidad, objetar y hasta de obrar en conciencia. En palabras del sacerdote dominicano, padre Ramón Domínguez Balaguer --casi toda Europa, América y la Oceanía de cultura inglesa, que curiosamente representan todos ellos a países de antigua condición cristiana--, están cayendo en la órbita de ideologías antihumanas y anticristianas, como la ideología de género y el transhumanismo, así como con posturas contrarias a la vida como son la anticoncepción, el aborto y la eutanasia. Es lo que se ha dado en llamar «cultura woke». Estos paisajes se transmiten rápidamente y se contagian a través de los poderosos medios de comunicación social, dejándonos una sensación de impotencia. La civilización occidental que se presentaba hasta no hace mucho tiempo como modelo de progreso en el mundo entero, es hoy denostada y aborrecida por los mismos que antes la proponían. Asistimos en nuestros días a un extraño fenómeno autodestructivo del mundo occidental que se odia a sí mismo y se encamina hacia su autoliquidación. Desde la orilla de la fe, surge una pregunta: ¿cuál ha de ser la postura de los cristianos frente a un estado totalitario? Es la misma pregunta que hace ya muchos años se formuló el entonces cardenal Joseph Ratzinger y que expuso ante los diputados católicos del Parlamento alemán el 26 de noviembre de 1981. Comentando la primera carta de Pedro, el entonces purpurado alemán resaltaba la coincidencia de situaciones entre los destinatarios de aquella carta y los cristianos que vivimos en este milenio. Los cristianos del tiempo de la primera carta de Pedro, nos recordaba el cardenal Ratzinger, «no eran sujetos activos del Estado, sino que estaban perseguidos por una dictadura cruel. No les era permitido participar en las tareas del Estado. Sólo podían estar sometidos... Su deber era vivir como cristianos a pesar del Estado». Los cristianos vivían en el Estado pero como extranjeros en una situación que Pedro comparaba a la de los israelitas dispersos en Babilonia. Viven en el Estado pero no comparten sus presupuestos. Ratzinger, en su exposición, ofrecía tres importantes afirmaciones. Primera: «el Estado no constituye la totalidad de la existencia humana ni abarca toda la esperanza humana... El Estado romano era falso y anticristiano, precisamente porque quería ser el «totum» de las posibilidades de las esperanzas humanas». Segunda afirmación: «a pesar de que los cristianos eran perseguidos por el Estado romano, lo reconocieron en cuanto Estado, sin intentar destruirlo». Es la misma actitud que san Pablo recomendaba a su discípulo Timoteo, pidiéndole rogar por todos los que están en el poder. «Los cristianos de la época de Pedro no intentaron destruir el Estado sino que lo combatieron oponiendo la verdad contra la mentira y el bien contra el mal. Sólo se puede construir, construyendo, no destruyendo. Esta es la política de la Biblia, desde Jeremías hasta Pedro y Pablo». Tercera afirmación: «la verdadera resistencia cristiana que pide Pedro sólo tiene lugar cuando el Estado exige la negación de Dios y de sus mandamientos, cuando reclama el mal, en cuyo caso el bien es siempre un mandamiento».

El Estado totalitario moderno insta cada vez con más vehemencia a la realización del mal, elevando al grado de derecho lo que es la mayor degradación del ser humano. Nunca se podrá justificar el asesinato de seres inocentes, nunca se podrá dar la aprobación a políticas que cercenan la dignidad humana y que reducen al hombre a un mero producto susceptible de ser manipulado. En esto, los cristianos estaremos siempre frente al Estado, y tanto más cuando el Estado pretende imponerse a nivel mundial sostenido por todas las instancias de poder, desde la política hasta la cultura y la economía. La fe cristiana ha destruido el mito del «Estado divinizado», el mito del «Estado paraíso» y de la sociedad sin dominación ni poder. En su lugar ha implantado el realismo de la razón. La Iglesia prescribió a los cristianos una determinada ética política: «sólo donde el bien se realiza y se reconoce como bien puede prosperar igualmente una buena convivencia entre los hombres».

*Sacerdote y periodista

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