Diario Córdoba

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Miguel Ranchal

El evangelio de Bruce Lee

El señor Lee patentó su particular salutación a la llegada de la era acuario: ‘Be water, my friend’

Hace ya cincuenta años que nos dejó Bruce Lee, el Camarón de las artes marciales. Morir joven consagra la estela de la leyenda, aunque en esto de los acrobáticos trompazos Chuck Norris le tenga la misma pelusa que Enrique II a Tomás Becket. Las paradojas demuestran que el mundo es un carajal. El señor Lee patentó su particular salutación a la llegada de la era acuario: ‘Be water, my friend’. Lo curioso es que presuntamente murió por hiponatremia, ese palabro que indica unos niveles anormalmente bajos de sodio en la sangre precisamente por hartarse de beber agua. Ya lo dijo Paracelso casi cinco siglos atrás («Nada es veneno, todo es veneno; depende de la dosis») para darle todo un zasca a los que abominan del relativismo.

El agua, el quid de la cuestión. No es cuestión de ponerse a divulgador científico --todo un intrusismo por mi parte-- pero agujeros de ozono aparte, este planeta no dispone de un sumidero. Siguiendo la cátedra de José Mota, en buena medida pervive la máxima de lo que entra por lo que sale. El agua recorre su ciclo de la vida desde mucho antes de que Timón y Pumba cantasen Hakuna Matata. La cuestión está en la distribución. La semana pasada Noruega se ha hartado de recibir agua, unas lluvias desproporcionadas que tienen el mismo carácter redistributivo que unas economías muy pudientes cobrando el PER (de acuerdo, ahora nos subsidiamos con otras cifras, pero el PER está tan arraigado como la parada de Fuentes Guerra). Los dioses están particularmente torticeros y se mofan de nuestras plegarias. Cuando se hartan de las protestas, descargan una riada, sin entender que los humanos nos manejamos con el espacio y con el tiempo, y que los tanques de tormenta no se construyen en un día, salvo que sea bíblico.

Seguirá la cadencia de los monzones, el extraño yin y yan del Niño y la Niña en las costas peruanas --a mayor gloria de Humboldt-- y la inquietante calma chicha de las Antillas antes de que se adelante la época de los huracanes. Pero no nos confiemos en el catecismo de los ciclos. Tenemos que mimar las infraestructuras hidráulicas y sensibilizar la conciencia de agua más que la de clase. Porque en esta distribución del mundo mundial estamos avocados a quedarnos con la pedrea. Sin ser agoreros, en el Atlas marroquí chapoteaban leones, y hay pocos morbos tan preciosistas que esas pinturas rupestres de nadadores en el desierto de Libia. Que la Amazonia se deforeste no favorece los intereses climáticos de la Península, aunque ahora Lula quiera revertir tendencia.

Por si acaso, los rusos ahora buscan agua en la Luna. Quieren lavar su conciencia en nuestro satélite, descontando el cinismo de que es más difícil enjuagarse en la ingravidez. Se pelean con la India por ese Altius en el casquete lunar. Y, por supuesto, con los chinos y los americanos porque la carrera espacial cuadra como ninguna la nostalgia del futuro. Cincuenta años también se cumplen del Skylab, la primera estación espacial de los americanos, donde necesariamente te imaginas a los astronautas escuchando el ‘Starman’ de David Bowie, la misma entrañable pamema que le dio al festival de Woodstock tanta infinitud de asistentes como el reino de los cielos. Ni nosotros ni Doñana estamos para mucha hiponatremia, pero sí para recordar con cierto enternecimiento la rudeza del karateka. Sí, somos agua. Esta coalición de dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno obtiene con creces la mayoría absoluta en la composición del ser humano. No podemos resistirnos a su fluidez, my friend.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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