Diario Córdoba

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Antonio Gil

Para ti, para mí

Antonio Gil

La ‘Virgen de agosto’, una mirada a los cielos

La liturgia de la Iglesia celebra la solemnidad de la Asunción de María, a los cielos, dogma proclamado oficialmente por Pío XII en 1950

El próximo martes, 15 de agosto, la liturgia de la Iglesia celebra la solemnidad de la Asunción de María, a los cielos, dogma proclamado oficialmente por el papa Pío XII en 1950. Se sabe que el Papa, antes de pronunciar solemnemente la definición dogmática, consultó a todos los obispos del mundo, preguntándoles si, en las iglesias que gobernaban, se creía en este dogma de la Asunción. Y solo cuando todos los obispos respondieron afirmativamente, entonces es cuando el obispo de Roma, el Papa, procedió a proclamar la definición el día 1 de noviembre de 1950. En Oriente se la llama todavía hoy «Dormición de la Virgen». Y nosotros, por estos lares, la denominamos como la «Virgen de Agosto»; en Hinojosa del Duque, «la Virgen del Tránsito»; y en Córdoba, la «Virgen de Acá», por la ubicación de su imagen en el popular barrio de san Basilio. El papa Francisco evoca la Asunción con estas bellísimas palabras: «María, la madre que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido. Ella vive con Jesús completamente transfigurada y todas las criaturas cantan su belleza. Elevada al cielo, es Madre y Reina de todo lo creado». Fue san Bernardo el primero que comparó a María, con la mujer protagonista del libro de la Biblia, el «Cantar de los cantares», para dar a conocer la hondura del amor, en un misterio revelado al mundo mediante la Encarnación y en nuestra redención. Recientemente, el cardenal Arthur Roche, en su libro «Los jardines de Dios», identifica a María, formando parte tambien de este libro, que narra la historia de una campesina de la aldea de Sulam que, por su gran belleza, atrae la atención del rey. Ella es feliz en su situación y descarta estar con su pastorcillo, pero sus hermanos son ambiciosos y deciden colocarla en el palacio real. A la sulamita la ridiculizan las muchachas de tez clara por su piel oscura. De manera sarcástica la llaman «la más bella de las mujeres», y, de hecho, ella lo admite: «Soy morena, pero hermosa, muchachas de Jerusalén» (Cantar 1,5). El rey hace de todo para conquistar su amor; pero, y por mucho que le cante alabanzas, el corazón de la chica vuelve a su pastorcillo, cuyo recuerdo sigue muy vivo en ella a pesar de la ausencia. El rey le permite entonces regresar a casa. Sus hermanos, descritos como pequeños zorros, le ponen difícil encontrar al zagal, pero ella lo imagina buscándolo con la soltura y la delicadeza de una gacela que da saltos, y susurra: «¡Un rumor...! ¡Mi amado! Vedlo, aquí llega, saltando por los montes, brincando por las colinas» (Cantar 2,8). Y él aparece, mirando a través de la celosía, y la llama: «Levántate, amada mía, hermosa mía y vente. Mira, el invierno ya ha pasado, las lluvias cesaron, se han ido. Brotan las flores en el campo, llega la estación de la poda, el arrullo de la tórtola se oye en nuestra tierra» (Cantar 2,10-12). Aun separados, el deseo de la joven por él es tan grande que llora: «Buscaba el amor de mi alma» (Cantar 3,1). La historia termina encontrando ella a su enamorado, prometiéndole amor eterno. El cardenal Roche encadena admirablemente la historia para describirnos el amor de Dios y la presencia de María: «El amor de Dios es algo que ciertamente obliga, pero que ha de ser recibido y restituido libremente. Qué maravilla, pues, que esta imagen haya sido tan prontamente pensada como imagen de María, que en su virginidad debía dar a luz a su hijo, permaneciendo eternamente virgen. Este amor apasionado constituye el trasfondo en el que vemos la gloria de María y el amor incesante de la Iglesia por Cristo: «¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! ¡Palomas son tus ojos / tras el velo! / Cinta escarlata tus labios, / y tu habla, fascinante». (Cantar 4,1-4).

La bella historia del «Cantar de los cantares» ilumina hoy la próxima fiesta de la Asunción de María a los cielos, ofreciéndonos el hondo deseo de Dios por parte de la humilde muchacha de Nazaret. Todo en Ella ansía al Señor, su Pastorcillo, su Rey. Al igual que la sulamita, tampoco Ella ha sido de ningun modo atraída por la ganancia de riquezas o por el prestigio, sino por un profundo amor satisfecho al darse y entregarse. Contemplemos a la Virgen «subiendo a los cielos», con todo su esplendor y belleza, destacado también en libro bíblico: «¿Quién es esta que despunta como el alba, / hermosa como la luna, refulgente como el sol, imponente como un batallón?» (Cantar 6,10). María fue la primera en encarnar esta profunda relación de lo divino con la humanidad. Creó un espacio en sus pensamientos para el pensamiento de Dios, y en su corazón para el corazón de Dios. Preparó una parcela en la tierra virgen de su espiritu para que pudiera germinar la Palabra. Como nos dice hermosamente san Agustín: «Antes que en su cuerpo, María concibió al Verbo en su corazón». ¡Que paisajes tan bellos para celebrar la fiesta de la «Virgen de Agosto!». El poeta nos habló de «María Asunta al cielo», con estos versos que todos podemos recitar como plegaria: «Ponderar en la vida que has vivido / y, al hacerlo, pensar en tu Asunción, / se me hincha de alegría el corazón / por ser de ti yo un hijo tan querido».

*Sacerdote y periodista

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