Opinión | HISTORIA EN EL TIEMPO

Una catástrofe nacional

Ha habido una gran pérdida con el hundimiento del cuerpo de Catedráticos de Enseñanza Media

En la plenitud del, orteguianamente, «vago estío», cuando ma-estros y profesores de primera y segunda enseñanza gozan de un bien merecido descanso, resulta adecuado e, incluso, obligado reflexionar acerca de lo que países muy interesados por la evolución de la España actual, a la manera de Italia y Portugal, denominan una pérdida irreparable de la docencia hispana y, con ella, una quiebra esencial de nuestra cultura contemporánea: el hundimiento del benemérito cuerpo de Catedráticos de Enseñanza Media. Reconociendo la exactitud del diagnóstico, tal vez, empero, ocurra que el término «catastrófico» no sea el más apropiado por su hiperbólico dramatismo para definir lo acontecido con el lancinante ocaso del estamento docente que tanta excelencia prestara a uno de los servicios estatales más trascendentes para el progreso de la nación.

Conforme recordará toda suerte de lectores, después de más de un siglo de una existencia roborante en todas las regiones de la plural España el Cuerpo de Catedráticos (también descollaron en sus hervorosas filas no pocas mujeres, sobre todo, en su recta final) decaeció como resultado a partes iguales de la desidia de la Administración y la desmoralización de sus propios cuadros. La cruzada anticorporativa del franquismo final y la imparable reluctancia social por las organizaciones y cuadros elitistas de los años ulteriores a las famosas revueltas del 68 condujeron de forma irrefrenable a la postración de uno de los estamentos con mayor y mejor hoja de servicios del Estado español contemporáneo, que encontró en sus miembros uno de sus pilares más estables y graníticos en tiempos democráticos y autoritarios. Su referencia constituía por sí sola garantía de rigor y eficacia, con frutos múltiples y serondos a lo largo de toda la ancha geografía peninsular e insular. La cohesión y vertebración nacionales no hallarían, desde luego, más seguro refrendo. Aún hoy, en días de desahucios institucionales (repárese, por vía de exclusivo y harto explícito ejemplo, lo sucedido con las Academias, tanto de rango nacional como autonómico) incontables urbes provinciales de aquilatada tradición intelectual y artística y señeras en su aportación a nuestra incomparable cultura se enorgullecen de la existencia secular o bisecular de venerables institutos de Enseñanza Media, de trayectoria por lo común admirable. En sus aulas se escucharon en épocas no muy lejanas las lecciones insuperables de auténticos maestros, v. gr., Agustín García Calvo, Alfredo Malo, Antonio Domínguez Ortíz, Antonio Rumeu de Armas, Julio Salom Costa, Miguel Dôlc, Sebastián Mariner Bigorra, Emilio Orozco Díaz, Eugenio García Lomas, Julio Valdeón Baruque, Juan Gómez Crespo, Luisa Revuelta, Luis Arias González, ‘et caetera’, ‘et caetera’.

Pocos, muy pocos organismos estatales del tiempo presente se enriquecen en nuestro desdichado país con hileras e hileras de figuras de su valía profesional y responsabilidad histórica. Sí, amigos italianos y lusitanos: el Cuerpo de Catedráticos de Instituto españoles fue a no dudar forja luminosa de innumerables mujeres y hombres que entregaron su espíritu esclarecido a una patria fiel a su identidad y una convivencia presidida por las exigencias humanísticas más irrenunciables.

** Catedrático

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