Opinión | COSAS

El Cid rosado

El rosa, estridente e hipnotizante, le ha servido a Pedro Sánchez para escapar de la resignación

Una rosa rosa no es una redundancia, si bien su redacción resulta cacofónica. Es obvio que la flor rosa muestra distintos colores. De hecho, sus pétalos rojos enseñorearon el anagrama socialista, aunque últimamente ese puño floreado se haya agazapado en sus carteles electorales. Es el tiempo del cromatismo rosa. ‘Barbie’ está arrasando en las taquillas de los cines, y sus espectadoras le están dando la vuelta al calcetín del magnífico guion de Dalton Trumbo para Espartaco. Se levantarían de sus butacas testimoniando «Yo soy Barbie» en lugar de «Yo soy Espartaco» para evidenciar que el empoderamiento también se rebusca en el tuétano de la frivolidad. Con este golpe sutil quiso autohomenajearse Yolanda Díaz, que aprovechó la jornada de reflexión para ver la película de la muñeca más famosa del planeta. La dirigente de Sumar encajará la mordacidad de considerarla la Barbie del rojerío, pero en su currículo político podrá aventurar que ha superado las turbulencias del morado al rosa, más si se concreta su inclusión en el próximo Gobierno.

El rosa es un color estridente e hipnotizante; el de los polos flash y los nikis veraniegos, que le han servido a Pedro Sánchez para convertirse, una vez más, en escapista de la resignación. A Feijóo le tentará citar al Zavalita de Vargas Llosa en ‘Conversaciones en la catedral’ preguntándose en qué momento se jodió el Perú. Las trompetas demoscópicas le daban un triunfo incontestable al bloque conservador, refrendadas por la inercia favorable de las últimas municipales. Ante el sanchismo, no es cuestión de transformar las defenestraciones en loas, pero hay que reconocerle a su hacedor una envidiable raza política. Quizá recuperando los cánones maquiavélicos del buen político, Pedro Sánchez ha mostrado instinto para sobrevivir. Se convirtió en el primer presidente de la democracia investido tras una moción de censura, y puede que también sea el primero que gobierne sin haber ganado las elecciones. Apostó por confabularse con el ‘general Verano’ antes de que el PP agigantara su euforia. Y le ha encajado la cuadratura de la diversidad, con una Cataluña votando masivamente al PSC de Salvador Illa, con la que los catalanes muestran ante Madrid una vía más pragmática de sus vindicaciones territoriales.

Es indudable la heterogeneidad del arco parlamentario, pero rechazo aquellas afirmaciones de no volver a beber más de las aguas del bipartidismo. De hecho, los dos grandes partidos estatales están volviendo progresivamente a sus orillas naturales en cuanto al número de escaños. La gran paradoja de estas elecciones es que, contrariamente a lo que podía pensarse hace apenas 48 horas, la desestabilización puede afectar más al partido vencedor. El cuento de la lechera de los conservadores indicaría que, sin la irrupción de Vox, el PP habría obtenido 169 diputados, cifra notable cercana a la mayoría absoluta y a los acuerdos paccionados, incluido un PNV dispuesto a recuperar su vigor táctico. Por eso, pueden ser muchas las tentaciones de convertir a Ayuso en la Juana de Arco de la fusión, sin dar tiempo a que madure la centralidad de Feijóo a costa de cultivar un lepenismo ibérico.

El rosado ha sido el vencedor; el de la Barbie que se empoderó más allá de la vida color de rosa; el de Pedro Sánchez que, como un Mío Cid, otros regeneracionistas querían darle doble vuelta al candado de su sepulcro político. Para desgracia de sus adversarios, o incluso para lo que abogaban por la catarsis en su propio partido, más que a Rodrigo Díaz de Vivar, el inventor del sanchismo se parece al gran Houdini.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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