Opinión | ENTRE ACORDES Y CADENAS
Ya no hay Nobel para Kundera
El escritor checo ha fallecido sin que la Academia Sueca le haya concedido el galardón
Milan Kundera ha muerto. Tenía 94 años. El mundo está de luto y el Parnaso, de fiesta. Hace ya dos años, en octubre de 2021, antes de que la Academia Sueca anunciase el nombre del galardonado con el Premio Nobel de Literatura de ese año, el desconocido tanzano Abdulrazak Gurnah, escribí un artículo en el que reclamaba lo que cualquier amante de la literatura que se precie de serlo seguro consideraba de justicia: que Milan Kundera, en aquel momento de 92 años, fuera el elegido para recibir el citado galardón.
Sus méritos eran de sobra conocidos. Una extensa obra literaria que comenzó en Brno, actual República Checa, a mediados de los años 60 del siglo pasado.
El escritor, cansado del clima político que, por aquellos tiempos, se respiraba en su país natal, publicó en 1967 la que, a juicio de muchos, es una de las mejores novelas del siglo XX: ‘La broma’. Una sátira del comunismo estalinista visto desde los ojos del joven Ludvik Jahn, universitario y miembro del Partido Comunista de Checoslovaquia, que se enfrenta al eterno problema de la juventud, el amor, en un mundo en el que lo íntimo cede ante lo colectivo y donde el humor, consustancial a la libertad individual, ha perdido su lugar.
Ferviente partidario de las reformas sociales y políticas que trataron de introducirse en Checoslovaquia durante la llamada «Primavera de Praga», sus obras fueron prohibidas cuando la Unión Soviética invadió el país para reprimir las libertades conquistadas. Esto motivó su exilio en Francia, donde residió desde entonces y donde ejerció de profesor de literatura, primero en Rennes y luego en París.
No es posible entender a Kundera sin conocer su historia y sus vivencias tras el telón de acero. La relación de amor-odio que profesaba por su patria es producto de ellas. Basta con leer ‘La vida está en otra parte’ o ‘La insoportable levedad del ser’ para comprobarlo. Ambas están ambientadas en su país natal. Y ambas están plagadas de sinsabores, voluntarios y espontáneos, que demuestran que los orígenes lo son todo.
A partir de 1994, con la publicación de ‘La lentitud’, abandonó el checo como lengua de creación literaria y adoptó el francés. Un gesto simbólico que, además, le llevó al extremo de negarse a revisar las traducciones de sus novelas a su lengua materna.
Kundera perdió la nacionalidad checa poco tiempo después de exiliarse en Francia, en 1979. Un castigo del gobierno checoslovaco de aquel entonces por la rebeldía que le caracterizaba. Tuvo que esperar cuarenta años para recuperarla, en un acto protagonizado por el embajador de la República Checa en Francia a finales de 2019. Las autoridades checas no podían permitir que Milan Kundera, el escritor checo más grande desde Franz Kafka, falleciera siendo francés y no checo. Y lo consiguieron.
«¿Cómo vivir en un mundo con el que uno no está de acuerdo? ¿Cómo vivir con la gente si uno no considera suyas ni sus penas ni sus alegrías? Si sabe que no es parte de ellos».
Tal vez fuera esto lo que le sucedía a Kundera. Toda novela es, en cierta medida, autobiográfica. Así lo afirmó el gran periodista César González Ruano: «Todo lo que no es autobiografía es plagio». Y el escritor utilizaba al personaje como excusa para evitar desnudarse él mismo. Ludvik Jahn, Jaromil, Tomáš, ficticios todos ellos, pero con sorprendente parecido a su autor en determinados momentos de su agitada vida.
Pero, a pesar de todo lo expuesto, de la excelsa obra literaria de Milan Kundera, la Academia Sueca se negó a concederle el honor que, sin duda, merecía.
¿Por qué?, me he preguntado en reiteradas ocasiones. Y, tras meditarlo mucho, he llegado a una triste conclusión: porque la literatura, antaño libre e indómita, ha sido sustituida por una suerte de activismo literario que sólo habla de lo que hoy toca hablar, de lo políticamente correcto, de los cánones impuestos por la «cultura» woke.
Esto es precisamente lo que motivó la concesión del Premio Nobel de 2022 a Annie Ernaux, en cuyas obras y fuera de ellas habla siempre de lo mismo: neofeminismo, indigenismo o defensa del aborto y del hiyab. Curiosa forma esta última, por cierto, de defender el feminismo.
La Academia Sueca prefirió esto a la brillantez de Kundera. Y no dudo de que, si siguen así las cosas, escritores de renombre, poetas de la palabra como Haruki Murakami o Michel Houellebecq, continuarán en el banquillo esperando algo que nunca llegará, pues todavía no se han arrodillado ante los dogmas laicos, ante los ídolos de barro que quienes detentan el poder han colocado en los altares y a los que pretenden que adoremos sin rechistar y, sobre todo, sin pensar.
Aún faltan unos meses para que la Academia Sueca pronuncie el nombre del ganador de 2023. Tras los últimos elegidos, queda poca esperanza. Quién sabe. Puede que este año se lo lleve Conchita Wurst o Meredith Russo.
* Juez y escritor
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