Opinión | PARA TI, PARA MÍ

La Trinidad, ‘onomástica de Dios’

Hablar de Dios, «al mismo tiempo uno y trino», es «balbucear» que el Dios cristiano es como un hogar, como una familia

Hoy celebra la Iglesia el domingo de la Santísima Trinidad, que podríamos denominar también como «la onomástica de Dios». La palabra «Dios» nos presenta a un Padre, creador del mundo; a un Hijo, Jesús, el Señor, salvador de la humanidad; y al Espíritu Santo, santificador, el que derrama el amor en los corazones, el que lleva a la verdad en plenitud, el que une y da fuerza a la comunidad. Con el paso de los siglos, con los primeros intentos de explicar racionalmente el misterio de Dios, van a surgir una serie de precisiones conceptuales, inspiradas en la filosofía griega. El prefacio de la Misa de hoy es un ejemplo claro de ese loable intento de «balbucear» el misterio de Dios. Pero, también, la plegaria eucarística IV, que expresa la visión del misterio de Dios, no es una reflexión teológica abstracta, sino que refleja la acción del Padre, del Hijo y del Espíritu en la historia del mundo y en la vida de los hombres. En el Antiguo Testamento, hay un texto que parece reflejar especialmente quién es Dios: se lo dice el mismo Yahvé a Moisés, cuando éste le pregunta por su nombre: «Yo soy el que soy». Se trata de una definición en la que se ha creído ver una expresión de la esencia metafísica de Dios: «el que es por sí mismo y en sí mismo». Pero también otros comentaristas indican que tal definición es, en realidad, una frase alusiva con la que se expresa el misterio de Dios que el hombre no puede conocer. El Nuevo Testamento nos dará otra definición de Dios: el evangelista san Juan nos dirá sencillamente que «Dios es amor». El Dios en quien creemos no es el solitario infinito del Universo. Hablar de Dios, «al mismo tiempo uno y trino», es «balbucear» que el Dios cristiano es como un hogar, como una familia. Dios, en su ser más íntimo, es sobre todo una continua ebullición de amor que une al Padre con el Hijo y el Espíritu. Dios no es un ser tenebroso e impenetrable, encerrado egoístamente en sí mismo. Dios es Amor y solo Amor. Los cristianos creemos que en el Misterio último de la realidad, dando sentido y consistencia a todo, no hay sino Amor. Para Jesús, Dios no es un concepto, una bella teoría, una definición sublime. Dios es el mejor Amigo del ser humano. La gente que escuchaba a Jesús hablar de Dios y le veía actuar en su nombre experimentaba a Dios como una Buena Noticia. Tal vez lo primero que captan es que Dios es de todos, no solo de los que se sienten dignos para presentarse ante él en el templo. Dios no excluye ni discrimina a nadie. Jesús invita a todos a confiar en él: «Cuando oréis, decid: ¡Padre!». También se dan cuenta de que Dios no es sólo de los sabios y entendidos. Jesús le da las gracias al Padre porque le gusta revelar a los pequeños las cosas que les quedan ocultas a los ilustrados. Dios tiene menos problemas para entenderse con el pueblo sencillo que con los doctos que creen saberlo todo. Jesús «experimentaba» a Dios como el mejor Amigo del ser humano, que solo busca nuestro bien y solo se opone a lo que nos hace daño. Los seguidores de Jesús nunca pusieron en duda que el Dios encarnado y revelado en Jesús es Amor y solo Amor hacia todos. El papa Francisco nos habla siempre de Dios con una especial ternura: «Dios es el amigo, el aliado, el esposo. En la oración podemos establecer una relación de confianza con él. A Dios podemos pedirle todo, todo, explicarle todo, contarle todo. No importa si en nuestra relación con Dios no somos buenos amigos, no somos hijos agradecidos, no somos cónyuges fieles. Él sigue amándonos. Dios está siempre cerca de la puerta de nuestro corazón y espera que le abramos».

Lorenzo Milani, sacerdote florentino, de extraordinaria inteligencia y de gran fervor pastoral, nos dejó esta hermosa frase: «Si dijese que creo en Dios, diría demasiado poco, porque lo amo. Y amar a alguien es más que creer en su existencia». Muchas veces, quizá, hemos creído en Dios, estudiándolo, alabándolo, predicándolo, proclamándolo, pero quizá pocos de nosotros podemos decir que lo hemos amado con la ternura e intensidad que sólo un enamorado conoce. El poeta Ezra Pound escribía en una balada: «He amado a mi Dios como quien, con corazón de niño, / busca regazos profundos en los que descansar, / he amado a mi Dios como una joven a un hombre». San Agustín no entendió el Misterio de la Trinidad a las orillas de aquel Mare Nostrum cuando lo pretendía comprender a base de razón. Más tarde escribió: «Entiendes la Trinidad, si vives la caridad». Había entrado en el buen camino. Nunca podremos entender conceptualmente el misterio de Dios siempre mayor, pero en alguna manera lo «balbuceamos» y lo «barruntamos» cuando le buscamos en el amor. Por eso, hay que repetir hoy ese aviso de san Agustín: «Entiendes la Trinidad, si vives de verdad en el amor».

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