Opinión | MEMORIA DEL FUTURO

Es la paz, estúpido. Cambia el discurso

Es el miedo a las fragilidades del futuro lo que aprovecha la derecha para dar un mensaje de seguridad

Utilizar el método comparativo en Historia tiene sus riesgos. Los modelos objeto de análisis evidentemente no tienen idénticos perfiles ni en su configuración, ni en sus circunstancias, ni en muchos de los elementos que los integran. No obstante ello, si los comparamos es porque entendemos que de algún modo hay en ellos parámetros que pueden servir para explicar algunas de las causas que los determinan.

Winston Churchill había conducido a los británicos a la victoria en una guerra que en 1940 se había puesto muy difícil. Una retirada deshonrosa, salvada milagrosa y precipitadamente en la batalla de Dunkerque, abrió paso a cinco años de «sangre, sudor y lágrimas», guiados por un líder carismático que hizo un relato épico para insuflar moral a la ciudadanía y convertir desazón en ilusión y desesperanza y miedo en tesón para vencer. Si hay siempre elementos en contra de cualquier gobernante y crisis en su horizonte, ¿qué más se puede pedir en contra que toda una II Guerra Mundial frente a la poderosa Alemania de Hitler? Y, sin embargo, con una magnífica gestión, y la ayuda de Estados Unidos y la URSS, consiguió la victoria para su país. A pesar de ello, el 5 de julio de 1945, después de una mala campaña electoral, pero con el triunfo en la guerra bajo el brazo y colocando al Reino Unido en una posición inmejorable conseguida en los acuerdos de Potsdam, perdió las elecciones frente a los laboristas. Con todo un enorme capital en su haber, sufrió una derrota electoral inapelable.

Clement Attlee, líder laborista, frente a la eficaz gestión de la guerra hecha por Churchill, venció con una mayoría que, si no me fallan los datos, fue la más alta de la democracia británica. Parece mentira que el pueblo, apenas meses atrás hundido en la guerra y ahora saboreando las mieles del triunfo, no diese la victoria a su líder, sino que, antes bien, le propinara una amarga y enorme derrota. Atrás quedaba el líder de la guerra, pero el pueblo había entendido que el relato de la reconstrucción había sido mejor armado en la campaña electoral por el partido laborista.

El electorado pasa página de los problemas resueltos, por difíciles y complicados que hayan sido, quiere conocer mejor la gestión del futuro, el manejo de los sentimientos que han de venir, el relato que les confiera seguridad o nuevas ilusiones o perspectivas más ilusionantes. El argumento elegido por los laboristas fue «pleno empleo para todos en una sociedad libre». Unido a ello, los laboristas prometieron que el bienestar no fuese patrimonio de unos pocos, sino que constituyese las bases fundacionales de la nueva sociedad y del nuevo Estado. Aquí nació la genial idea del «Estado del bienestar». Con esa ilusión y ese relato que parecía imposible, se venció al líder que había hecho posible lo que también en su momento pareció imposible: ganar la guerra. Un nuevo relato frente a un viejo relato, por eso Churchill no entendió que era la gestión de la paz y no la estrategia del recuerdo del miedo de la guerra, la que ahora querían los electores. En su campaña apeló al miedo, llegó incluso a afirmar que haría falta una especie de nueva Gestapo para acabar con los laboristas. Error tras error en su discurso. El miedo ya no daba votos. «Era la paz, estúpido, y no te diste cuenta, deberías haber cambiado tu discurso», podríamos decirle ahora en perspectiva histórica.

Cualquier lector o lectora por poco interés que haya prestado, ya estará apreciando el argumento de mi estrategia comparativa.

El Gobierno de España ha pasado desde enero de 2020 un cúmulo de enormes dificultades, sucediéndose una tras otra, que permiten gritar: «¿quién da más?». Una pandemia impensable, un volcán, una crisis climática con la peor sequía en lo que va de siglo y parte del anterior, una crisis del transporte global -atasco en el canal de Suez incluido-, una guerra en Europa, inflación galopante, crisis energética, tipos de interés y consecuentemente hipotecas desbocadas,... Todo esto y algo más que olvidaré seguro, dejando de lado, además, todas las tropelías mediáticas que inundan de mentiras día sí y día también televisiones, prensa, redes y radios. Pero todo eso, junto, no llega a una guerra mundial.

La gestión del gobierno, creo que con algunos errores, no puede decirse que haya sido mala. Todo lo contrario, el desempleo ha descendido de modo considerable, la economía fluye, el turismo funciona a tope, el precio de la energía se ha controlado, las clases más débiles han recibido más ayudas que nunca, los autónomos han compensado los cierres de la pandemia recibiendo financiación impensable en la crisis de 2008, el salario mínimo ha superado la barrera de los mil euros, las pensiones y los sueldos han subido como nunca para contrarrestar la inflación. Es complicado encontrar mesa en restaurantes, billetes de tren o avión, hoteles, etc., valga como ejemplo de dinamismo de la economía, incluso en guerra, porque estamos en guerra. Y, sin embargo, Bildu. Y, sin embargo, «ley del solo sí es sí». Y, sin embargo, Lgtbiq+. Y, sin embargo, «España se rompe». Relato, relato y más relato. Apelaciones a las esencias del sentimiento, a ciertos valores ancestrales e irracionales frente a la gestión.

Como resultado de todo ello, es evidente que el mensaje del gobierno y las izquierdas, las moralinas, las bondades de una buena gestión, el miedo a gobiernos retrógrados de ultraderecha, no sirven hoy como discurso para generar ilusión en el electorado. Es el miedo a las fragilidades e incertidumbres del futuro lo que aprovecha la derecha para dar un mensaje de esencias, de seguridad, de orden y de lo que ellos llaman libertad, que no deja de ser la llamada a que las leyes del mercado y la competencia entre desiguales den a cada uno lo que sea capaz de conseguir y como sea capaz de conseguirlo.

Si la campaña va a seguir por el camino emprendido con una estúpida utilización de ideas de mercadotecnia barata, como lo del inglés de Feijóo o lo del trabajo infantil o lo de que viene Vox, la izquierda no habrá entendido nada, aunque todo ello sea cierto. No habrá comprendido que hace falta un relato que ofrezca, por ejemplo, un nuevo pacto social por el futuro de los jóvenes, por la reconstrucción de los servicios sociales y la sanidad pública, por la educación inclusiva, transversal y reequilibradora, por el reconocimiento de que la meritocracia no es real y que la formación universitaria, por ejemplo, ya no sirve para corregir las desigualdades sociales estructurales. No se dan cuenta de que hasta los pobres creen que bajar el impuesto de patrimonio y eliminar el de sucesiones les beneficia. Por ello, se hace imprescindible un discurso que ilusione con un nuevo pacto territorial, con un futuro de energías limpias y renovables, que sepa capitalizar el descontento y el miedo al cambio climático con la apuesta por un futuro más descarbonizado y que proporcione crecimiento económico real también desde lo «verde».

Cuánto más en positivo sea el relato, más fresco sea el discurso, más ilusionante, más constructivo y menos estridente, mejor será entendido por los electores. Y si consigue hacer que el reto climático sea entendido como el verdadero problema, que las banderas, las fronteras, los egoísmos, los nacionalismos y todos los ismos son enemigos de lo bueno, mejor le irá a la propuesta de la socialdemocracia. Todo lo bueno pasa porque nuestra vida y la de nuestros descendientes tenga una nueva oportunidad frente a este nuevo escenario de un medio hostil y un clima que amenaza con provocar catástrofes sociales sin precedentes, que no se resuelven desde el egoísmo, que no tienen acomodo en el sálvese quien pueda, que afectarán a todos y con más dureza a los menos favorecidos, que, además, no van a votar. Tienen que darse cuenta de que son los sentimientos los que hay que movilizar, que ahora no va de razón, va de tener fe o no, de confiar o no, de esperanza o desesperanza.

Si se articula este nuevo Estado del bienestar climático como una oferta ilusionante y creíble, mejor será la respuesta electoral de un votante que quiere saber de futuro y no de pasado. No es superioridad moral de la izquierda, es superioridad moral de lo razonable y justo, porque sea sentido así, como razonable y como justo.

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