Opinión | PUNTO Y COMA

¿Racismo?

Si en ciertos pueblos de la costa andaluza algunos o bastantes profesores se lamentan de que en sus listas de alumnos ganan por mayoría los apellidos marroquíes, es porque en España hay racismo. Si he escuchado en numerosas ocasiones la generalización tan injusta como dolorosa de que «los rumanos vienen aquí a robar», es porque en España hay racismo. Si personas aparentemente formadas y relativamente cultas me han llegado a interrogar «¿conoces a una mujer española para que venga a limpiar a mi casa?», eliminando de un plumazo a todas las posibles aspirantes que, al no poseer DNI español, tampoco poseen el beneficio de la duda y, por tanto, de la oportunidad, es porque en España hay racismo. Si en el pueblo fronterizo desde el que hoy escribo estas líneas algunas personas se quejan incomprensiblemente de que «ya está otra vez esto lleno de portugueses», es porque en España hay racismo.

A menudo se observan actitudes discriminatorias incluso entre los propios oriundos del Estado español. Si alguien del norte se burla del habla de un ciudadano andaluz, a pesar de que el nivel cultural de este gane por goleada al del ofensor, es porque en España hay racismo. Si el fenómeno lingüístico conocido como «ceceo», presente en muchas zonas de Andalucía (y en algunos enclaves de Extremadura e incluso de Hispanoamérica) es a todas luces menos prestigioso que el «laísmo», observable en hablantes madrileños y de Castilla, es porque en España hay racismo. Se trata de una discriminación lingüística que se expande a raíz de la creencia de superioridad de unos grupos humanos frente a otros: es, por lo tanto, racismo. Si en los últimos 49 años de profesión (41 de mi padre y 8 míos) hemos recibido varias veces de parte de compañeros la queja aberrante de que «venís aquí los de fuera a quitarnos las plazas», es porque en España hay racismo. En este último ejemplo real, parece que se considera «los de fuera» a los ciudadanos originarios de una zona de España diferente a la del que se siente invadido. No obstante, recuerdo con orgullo al lector que tengo la fortuna de ser cordobesa de nacimiento y de corazón, y que, afortunadamente, el último ejemplo aquí expuesto es perfectamente soportable gracias al cariño que siempre hemos recibido de la mayor parte de los vecinos de nuestra ciudad.

A raíz del lamentable y reprobable suceso padecido por el futbolista Vinícius Júnior el pasado 21 de mayo en el estadio de Mestalla, varios dirigentes políticos y algunas personas de la esfera pública salieron a declarar que «eran hechos aislados, porque España no es un país racista». España puede ser un país que, después de haber experimentado la emigración en masa, haya vivido con más o menos dificultades el fenómeno migratorio inverso. Sin embargo, si los anfitriones de un lugar ponen cara de asco cuando reciben visitas que entienden que ellos no han planificado, es porque una parte importante del colectivo que se piensa titular del territorio dista mucho de no ser racista. ¿España es un país racista? España es un país racista. Muy racista. Tanto o más racista que cualquier otro. Porque intuyo que el racismo debe de ser un rasgo inherente a muchos seres humanos. Hoy para mí cobra más sentido que nunca la Oda a la vida retirada de Fray Luis de León. Entienda quien quiera y pueda la grosería que subyace en esta última declaración metafórica.

** Lingüista

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