Opinión | ENTRE VISILLOS

La posteridad y otras inquietudes

Divagaciones en torno a la muerte de Gala, escritor que alcanzó la cima de la popularidad

La despedida oficial a Antonio Gala, emotiva pero más tibia de lo que cabría esperarse en esta ciudad de grandes duelos hacia quien siempre la llevó como sello sobre su corazón, da que pensar sobre la fugacidad de la fama y sobre lo difícil que es ser profeta en propia tierra. El país entero hablará durante unos días del dramaturgo, poeta y novelista, quizá el más popular que han dado en muchas décadas las letras españolas; pero se irán apagando los ecos -de hecho, refugiado en su Fundación, lo ha envuelto el silencio en los últimos años de enfermedad- y está por ver qué sitio le reservará la posteridad, a la que Gala siempre aspiró.

Y es que la gloria, esa parcela de paraíso tan esquiva y que pertenece a los otros, porque nadie puede disfrutarla una vez abandonado este mundo, la gloria es un asunto de futuro y, como tal, incontrolable desde el presente. Llega por modas y en oleadas, de manera que pueden mediar siglos de sombra hasta que alguien rescata del olvido un nombre, una figura difuminada en el tiempo -tal vez después de haber triunfado en vida- a la que se rinde culto antes de devolverla de nuevo al sueño de los justos. Así son las cosas, y así los humanos que las hacemos. Pero también a nosotros corresponde, al menos al corto plazo que nos es dado, no dejar caer la memoria de los que admiramos o queremos. En el caso de Antonio Gala, ya se encargó él de repetir con mucho orgullo, en el que se adivinaba cierta inquietud por lo que pudiera pasar cuando se hubiera ido, que, más que las obras, su legado sería su Fundación y los jóvenes creadores que en ella se forman. Una herencia universal nacida hace 21 años en Córdoba, aunque de raíces más socráticas que senequistas, que a Córdoba -instituciones y ciudadanos- corresponde ahora sostener y custodiar en ausencia de su mentor.

No resulta fácil un reto así, pero se consigue a base de constancia y el trabajo callado de personas esforzadas en mantener viva la llama del recuerdo. En la provincia, varios ejemplos dan cuenta de ello. Como las fundaciones Castilla del Pino, espoleada tan discreta como eficazmente por la viuda del psiquiatra, Celia Fernández. También la dedicada en Aguilar de la Frontera al gran poeta Vicente Núñez tras su muerte, casi por las mismas fechas en que veía la luz la Fundación Gala. La entidad cultural en honor de aquel personaje tocado por la gracia, sentencioso como sus sofismas y feliz en el autoescogido exilio interior de Poley, acaba de renovar un convenio con la Diputación que le garantiza la continuidad de sus actividades. Porque para que un organismo de esta índole perviva hace falta dinero. Y aliento, mucho aliento. Un impulso imprescindible y una fidelidad ‘post mortem’ capaces de mover montañas. Lo mismo se necesita para rendir cualquier otro tipo de tributo al desaparecido, y en eso los pueblos, más que la capital, suelen mostrarse generosos con sus paisanos; en parte por sentimentalidad y en parte porque es un modo como otro cualquiera de reivindicarse a sí mismos. En Montilla, donde han nombrado Hijo Predilecto a ese enorme bibliófilo que es Manuel Ruiz Luque, honor que por suerte puede disfrutar en vida, han instituido el Premio de Periodismo Antonio López Hidalgo. Lo impulsa el Colegio de Periodistas de Andalucía, encabezado por el montillano Juan Pablo Bellido, al cumplirse un año de la repentina muerte a los 65 del catedrático de Redacción Periodística en la Universidad de Sevilla, para quien el colectivo profesional reivindica asimismo la rotulación de una plaza con su nombre. Hace tiempo que Antonio Gala, mucho antes de pasear por los verdes campos del edén, forma parte del callejero cordobés, que es lo más parecido a la gloria por la vía municipal.

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