Opinión | CALIGRAFÍA

Antonio Gala: amar o entender

Me traiciona la memoria últimamente más en lo vivido que en lo leído, y no sabría decir cuántos años más allá de la década (segura la década) han pasado desde que Antonio Gala pronunciara un breve discurso de aceptación como socio de honor (creo que era eso) del Aula del Vino de Córdoba. Se apoyó en su bastón, recortándose ya frágiles gesto y voz en el patio de su fundación; sacó un par de cuartillas dobladas del bolsillo de la chaqueta y les dio hermosa lectura, transmutándose por el mero hechizo de hablar en un hombre más joven, más sano, más reconocible para sí mismo. El discurso se titulaba ‘Lo apolíneo y lo dionisíaco’, y comparaba la recta con la curva, y la curva como aparente hija del vino, y todo el conjunto lo encerraba dentro de cada humano corazón. El discurso, impecable, gustó a todo el mundo, a los que lo entendieron y a los que no, que según el grado de exigencia tal vez fueran -fuéramos- todos los presentes menos el propio Gala, que se sonreía consciente de estar haciendo una maldad. Algunos alumnos de la fundación, nunca más vistos y cubiertos bajo techo, pululaban con notorio aburrimiento, apuntando un colmillito de desprecio que espero que se les haya ido partiendo con el ejercicio del arte de cada uno.

Antonio Gala, tremendo combinado de ser superdotado con tener talento y ocasión, sabía satisfacer a cada público, con el espejismo de dar una idea que el público puede aceptar y creer entender, e incorporarse a su idioma propio. En ese moldear el escritor la idea que intuye que tiene el público, y hacerlo creer que el escritor ha dicho lo que siempre se había pensado, y poder pensarlo ya desbrozado y certificado de autoridad literaria, debe de estar el secreto de ser bienamado. Tal vez esa necesidad de amor, esa recompensa frente a notorias injusticias literarias con Gala, frente a una falta de tierra apta para que su felicidad agarrara; hicieron que Gala dejara de ser el de ‘Enemigo íntimo’, «En esas largas tardes en que se toca casi el mar y su música, un poco más y nos bastaría cerrar los ojos para morir», para ser el de las entrevistas de Jesús Quintero, o el que escribe en ‘La pasión Turca’ «Las medias naranjas verdaderas están lejos casi siempre y son costosas», o en ‘Anillos para una dama’, contestando doña Jimena a su hija María, «necesitas tú comer muchas sopas para llegarme siquiera a la cintura». Son formas muy distintas de escribir, para lectores y públicos diferentes, pero sabiendo seducirlos a todos.

Decía precisamente en el prólogo de ‘Anillos para una dama’: «Aspiro a que los que no se interesen por razones más hondas, se emocionen al menos ante la desventura de un amor prohibido. Quizá baste con eso». Amado y no entendido, Antonio Gala, y algo dramaturgo de sí mismo, algo escenógrafo. Muere con él el racimo de talentos que alumbró Córdoba para las artes el siglo pasado, creo que con su eternidad deseada: su rama bebiendo de la savia de la ciudad, haciendo de toda la vida su fruto nuevo.

** Abogado

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