Opinión | EDITORIAL

El voto de lo concreto

Las elecciones locales premian a candidatos con carisma y más próximos a la realidad de sus municipios

Las elecciones de este domingo no son unas elecciones menores, intermedias, un simple test de las generales de finales de año. Al contrario, los comicios locales son la gran fiesta de la política en sentido etimológico del término -el arte de ocuparse de los asuntos de la polis o ciudad-, justo cuando el ruido de las campañas nos aleja cada vez más de las preocupaciones concretas de los ciudadanos. Recordemos el objeto de las elecciones locales: la renovación de los alcaldes y los concejales de 8.131 municipios del conjunto de España (77 en Córdoba, además de cuatro entidades locales autónomas). El perfil del elector, en este caso, se aproxima más a la realidad sociológica: pueden votar los residentes de otros países de la UE y los extranjeros con tratados de reciprocidad, sobre todo latinoamericanos.

La cita con las urnas de hoy, además, se complementa con la celebración de las elecciones autonómicas en 12 comunidades -Aragón, Asturias, Canarias, Cantabria, Castilla-La Mancha, Comunidad Valenciana, Extremadura, Baleares, La Rioja, Madrid, Murcia y Navarra- y en las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Se renueva una buena parte de la organización territorial del Estado que, como establece el artículo 137 de la Constitución, se organiza en municipios, provincias -los resultados de las elecciones municipales sirven también para la elección indirecta de las diputaciones- y autonomías. Sí, los gobiernos autonómicos y los ayuntamientos, que «gozan de autonomía para gestión de sus respectivos intereses», también son Estado, una circunstancia que se olvida a menudo, tanto en la administración local como en la central.

La nueva democracia española, desde esta perspectiva, nació con un déficit de democracia local: primero se eligieron las Cortes Generales, en las primeras elecciones legislativas del 15 de junio de 1977, que acabaron adoptando el carácter de Cortes constituyentes y no fue hasta el 3 de abril de 1979 cuando la democracia entró por fin en los ayuntamientos. Desde entonces, las elecciones municipales han servido para premiar a los candidatos con mayor carisma local y más arraigados a la realidad de sus pueblos y ciudades, hasta el punto de que en notables municipios se ha producido cíclicamente un voto dual: los electores votan en sentido distinto al voto de las generales.

Ahora, paradójicamente, los líderes de los grandes partidos han situado sus cálculos electorales de cara a las generales de finales de año en el centro de sus campañas. Lo ha hecho el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con un rosario de medidas de carácter general para movilizar a los electores socialistas. Y lo ha hecho también el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, con la utilización del terrorismo de ETA en campaña y con la estrategia de «derrotar al sanchismo» como bandera. También en la llamada izquierda de la izquierda hemos asistido a la colisión entre el proyecto originario de Podemos y Sumar, el bloque alternativo que promueve la vicepresidenta Yolanda Díaz.

Los electores tienen hoy en sus manos elegir a sus representantes locales en función de las propuestas de gestión que los candidatos han puesto sobre la mesa durante la campaña. Deben participar en este acto de civilidad que es el ejercicio del derecho de voto, y deben hacerlo, como decíamos al inicio, en el sentido original del término política: el arte de ocuparse de los asuntos de la polis o ciudad. Hay un tiempo para cada cosa.

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