Opinión | FORO ROMANO

Aquel califato rojo que comenzó en abril

Aquel jueves 19 de abril de 1979, Córdoba se entregó a la algarabía democrática que suponía mirar de tú a tú

El 3 de abril de 1979, fecha de las primeras elecciones municipales en España después de la dictadura de Franco, yo trabajaba en Huelva, en El Correo de Andalucía, y cubrí con mi compañero Rafael J.Terán las de aquella ciudad andaluza. Era el tiempo de una particular sopa de letras que ponía nombre a los partidos políticos y en Huelva tuve notable relación con algunos miembros de la ORT --Organización Revolucionaria de Trabajadores--, donde militaba mi amiga Magdalena García Hierro y cuyo líder era Juan Ceada, que luego sería alcalde onubense bajo las siglas del PSOE.

El 22 de abril de 1979, domingo de primavera y sol, me fui a la plazoleta Peñas, en el vejo Parroquial, de Villaralto, mi pueblo, a cubrir para la revista que habíamos creado allí, El Jardal, cuyo primer número saldría en mayo, la presentación del nuevo Ayuntamiento al pueblo, cuyos miembros fueron: Juan Jesús Gómez Moreno, PSOE, alcalde; María Ruiz Peralbo, UCD; Pedro Antonio Sánchez Fabio, UCD; Juan Manuel Crespo Moraño, PSOE; José Torrico Torrico, PCA; Primitivo Nevado Aranda, UCD; Práxedes Gómez Orellana, PSOE; Felipe Moreno Caballero, PCA; Daniel Madueño Gómez, PSOE; y Manuel Gómez Fernández, PSOE. En aquella primera reunión de democracia municipal se habló del paro como principal problema, de la escasez de viviendas, del dinero que se había solicitado a las altas esferas, del alumbrado, de las señales de tráfico, del arreglo de las calles, del papel de la mujer en la Corporación municipal, de los proyectos del Ayuntamiento y de los problemas con los que se habían encontrado los nuevos concejales. Según la crónica de la revista El Jardal, «en Villaralto algo había comenzado».

A las once y veinte de la mañana del 19 de abril de 1979, los ediles socialistas (PSOE), comunistas (PCE) y andalucistas (PSA) depositaron su voto en la urna del viejo Ayuntamiento de Córdoba de la calle Pedro López al tiempo que, en voz alta, descubrían el contenido del mismo, excepto el futuro alcalde, que guardó silencio. Los centristas (UCD) votaron en blanco. En el recuento había veinte votos a favor del candidato comunista y siete abstenciones. Ocho minutos después, a las 11.28, Julio Anguita se convertía en el primer alcalde democrático de Córdoba tras la dictadura de Franco. Fue entonces cuando la Historia suspendida rompió en aplausos al sentir muchos de los presentes cómo sus luchas, sus utopías y sus idealismos habían cuajado en una realidad incuestionable: vivían para poder contarlo que al cabo de mucho tiempo tanto en Córdoba como en el resto de España los vecinos podían elegir, libre y democráticamente, al alcalde de su ciudad. Aquel jueves 19 de abril de 1979, primavera de ceras gastadas e inciensos mezclados con azahar de sabor a reciente Semana Santa, Córdoba se olvidó por unos instantes de su agenda oficial y se entregó a la algarabía democrática que suponía mirar de tú a tú, con el debido respeto, eso sí, a vecinos tuyos del Parque Cruz Conde, Fuensanta, Cañero, Levante o Sector Sur, por ejemplo, que a partir de ahora iban a tomar el bastón de mando de la ciudad. Empezaba la leyenda del califato rojo.

Casi siesta de julio del mismo año. Había quedado con el alcalde para entrevistarlo para El Correo de Andalucía. Julio Anguita bajaba por la calle Pedro López con una parsimonia escénica que nunca le abandonaría. Subimos a su despacho, con Lenin en un portarretratos. Tomamos un cubata –cuyo importe había que reintegrar a una especie de alcancía comunal para licencias fuera de programa- y comenzamos a charlar en una tarde sin prisas. Al término de la entrevista me pidió que lo acompañase Claudio Marcelo arriba –tiempo en el cual, creo, si no me falla la memoria, me dijo que llevaba pistola- camino del Parque Cruz Conde. Aquella tarde sentí –no en mí, evidentemente—lo que puede ser eso que se llama el peso de la fama. El trayecto se hizo interminable por las continuas paradas de transeúntes para saludar a su alcalde, y quienes no se atrevían a tales confianzas volvían hacia él la mirada. El caso es que su paseo no pasaba inadvertido. Julio Anguita abrió la lista de los nombres propios de las corporaciones democráticas que nos resultaron entrañables porque compartimos escenarios por nuestra profesión periodística: Herminio Trigo, Manuel Pérez, Rafael Merino, Rosa Aguilar, Andrés Ocaña, José Antonio Nieto, Isabel Ambrosio y José María Bellido…que forman parte de nuestra particular colección de momentos.

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