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La estética del cansancio

‘Otras miradas’ reunió al escultor Noé Serrano y, sobre todo, la vis atractiva de Antonio López

Hay que felicitar al Círculo de la Amistad por la concurrencia de público que llenó el Liceo el jueves pasado. Estamos acostumbrados a que la música mueva montañas, elaborándose incluso cívicos cuadrantes para respetar la cola en los conciertos de Bruce Springsteen. Pero congregar más de cuatrocientas personas en una conferencia es un encomiable logro en esta Córdoba de tan fragmentadas teselas culturales. El motivo, el ciclo ‘Otras miradas’, que reunió al escultor cordobés Noé Serrano, y sobre todo, la vis atractiva de Antonio López. Se palpaba un respetuoso silencio para escuchar la apabullante y a veces sarcástica lucidez del pintor hiperrealista, como alumnos expectantes ante la oratoria del maestro en el ágora. Y la mejor muestra de que sigue encabalgado a la creatividad fue su rotunda declaración de intenciones: no hay que tener miedo a la obsesión --compañera que importuna frecuentemente al artista-- sino al cansancio.

Las musas bendicen aleatoriamente a los salmones, pues no es fácil nadar a contracorriente. En un tiempo en el que la fotografía obligó a denostar el arte figurativo, Antonio López, junto a otros artistas como Carmen Laffón, Julio Lopez o Juan Muñoz le hicieron un requiebro a la abstracción, reconciliando la imagen con la contemporaneidad. No hay fobias ni exclusiones en su diario --ni siquiera planteó un veto artístico a la inteligencia artificial-- pero el pintor de Tomelloso mostró su empatía con ese sentido colectivo del arte que se quebró con el Impresionismo. Fuera de la protohistoria de los bisontes de las cavernas, el mecenazgo es la hilazón de la expresión artística. Los impresionistas trajeron el individualismo a la pintura, años después de que Fitche, Schlegel, Schiller y demás integrantes del Círculo de Jena fraguasen el Romanticismo. Y ahí radica la gran pirueta de las vanguardias artísticas: Ese mecanismo colectivo era herramienta de la comprensión, y por tanto, de la emoción. Desde Monet o Pissarro, había que sondear la emotividad impulsados por la propia libertad individual.

De alguna manera, el deporte emprendió un camino inverso. El amateurismo era un ejercicio introspectivo que sellaba la superación personal. La ciudadanía y los líderes quisieron quebrar esos pudores, tanto por su efecto catártico como por convertirse en una bicoca para la propaganda. Poco o nada tienen que ver el estadio de Mestalla con el Liceo del Círculo. Si acaso, la volubilidad de las masas. Se hablará de públicos bien diferentes, pero no pongo la mano en el fuego de que alguien que haya sublimado una puesta de sol arrancada a la paleta de Antonio López, no sea capaz de sumarse al corifeo tribal que le gritó Mono a Vinicius Jr. Han sido muy graves las declaraciones del jugador madridista, indicando que la visión que tiene Brasil de España es la un país de racistas. No menos grave que, a pesar de sus provocaciones o aspavientos, a estas alturas un deportista tenga que sufrir esa clase de vejaciones, ante la impasividad de unos estamentos futbolísticos que no hacen lo suficiente para erradicar estos atavismos de forofos cobardes, jaleados por la euforia del anonimato.

No se trata de pontificar hipócritas elitismos. Serían incontables los casos de artistas que se manifestaron como hinchas confesos, ya sea el caso de Serrat, Vázquez Montalbán o Albert Camus; y hasta el Papa Bergoglio es un forofo del San Lorenzo de Almagro. Pero ni los registros ni los contextos son atenuantes suficientes para suavizar estos hechos. Ninguna tolerancia para quien practica el insulto desde la gregaria cofradía que excluye al que no bote. A estos botarates les endosaría el mal que no quiere Antonio López: el desprecio del cansancio.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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