Opinión | PUNTO Y COMA

Anclado a la tierra

Puedo escribir las líneas más tristes esta noche. Puedo decir, por ejemplo, que la situación desastrosa en la que se encuentra la enseñanza en nuestra tierra no tiene precedentes. Tratando de buscar una causa para ello, podría especular sobre el hecho de que la transferencia de las competencias educativas a las comunidades autónomas sea uno de los principales motivos para que ciertas piezas del sistema hagan aguas. Sin embargo, en algunas zonas el curso del río se manifiesta con agua cristalina y merece la pena seguir nadando. Puedo escribir las líneas más lamentables esta noche y volver a quejarme del vacuo y vertiginoso ritmo al que aparecen leyes, reales (o no) decretos, instrucciones provisionales y notas informativas en el ámbito escolar en España. Ahora bien, hay maravillosas excepciones que ayudan a que no haya un abandono en masa del oficio. En efecto, existen muchos hogares en los que se plantan las simientes adecuadas en el propio huerto y quedan discentes que no reciben a diario la información de que las hortalizas están podridas porque son los docentes los que no saben abonar la tierra. También existen muchos niños y jóvenes que estarán soñando esta misma noche en la que no quiero escribir las líneas más abatidas con volar un día lejos para ver otros mundos, pero dejando un pie anclado en la tierra y llevando por bandera los colores de esta.

La noche en que escribo estas líneas acabo de ver en el Gran Teatro de Córdoba ‘Lorca por Saura’, pieza en la que, teniendo como centro de gravedad la trayectoria vital del granadino eterno, el cineasta y escritor oscense, cuya pérdida se lamentó el pasado mes de febrero, crea un espectáculo teatral desplegando las disciplinas artísticas que cultivó en su vasta trayectoria: cine, danza, fotografía, música y pintura. Puedo escribir las líneas más tristes esta noche, pero también puedo imaginarme que, en una época en que muchos aspectos de la sociedad irían a la deriva, había una niña llamada Jenifer que estaba creciendo en el barrio de Las Palmeras y que probablemente soñaba con marcharse lejos, dejando siempre un pie amarrado a la tierra. Esa tierra que hoy llena el teatro de su ciudad y a la que se le encoge el alma cuando canta India Martínez. Del mismo modo, Federico García Lorca habría soñado un día con lo que acabaría siendo una realidad: volar, pero, incluso allende los mares, seguir teniendo un pie atado a la tierra. Y tan atado lo tenía que, aunque estaba triunfando en América, regresó a su patria chica. ¿Por qué volviste, Federico? Antes de marchar a Madrid a la Residencia de Estudiantes, decía el vate de Fuente Vaqueros que le ahogaba el ambiente provinciano de su tierra, mas, una vez estuvo lejos, siempre quiso volver a ella. Es posible que los aplausos de ningún lugar le alegren el corazón a India tanto como lo hacen en Córdoba. Porque la tierra es muy importante. Por eso mismo lamentó Antonio Machado «Que fue en Granada el crimen / sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada».

No debe de haber dolor más grande que saberse traicionado por los que uno creía los suyos, pero, como no quiero escribir las líneas más tristes esta noche, recibir los aplausos de la tierra debe de ser lo que dé sentido al hecho de haber dejado siempre un pie anclado en ella.

 ** Lingüista

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