Opinión | ENTRE VISILLOS

La fiesta de los idiotas

Encaramarse a los monumentos, la última diversión nocturna de los bárbaros

Tras los años oscuros de la pandemia, cuando todo era clausura y miedo, lo que nos pide el cuerpo es salir a la calle y exprimir los placeres de la vida. Pero hay muchas maneras de hacerlo, no vale la diversión a cualquier precio. Sobre todo si eso implica desmelenarse hasta el punto de perder los papeles y hacer el idiota públicamente -la exhibición completa la faena- ante el aplauso de otros idiotas y sin reparar en las consecuencias. Estas suelen ser fastidiar al prójimo y, en los últimos tiempos, encaramarse a monumentos de la ciudad sin el menor respeto cívico ni mínima vergüenza. Y lo peor es que, ante el acalorado público que les ríe la gracia y hasta los anima, tan culpable como ellos, estos funambulistas de pacotilla presentan como una especie de gesta heroica lo que sólo es borrachera gamberra y peligrosa. Porque en una de éstas, y si la autoridad no lo impide, acabarán cargándose alguna joya de nuestro patrimonio artístico. Por no hablar de que la hazaña, siempre de noche, puede acabar en desgracia para los acróbatas beodos al primer traspié. Y entonces todo será llanto y crujir de dientes.

Por si teníamos poco que aguantar con las bacanales desabrochadas que enloquecen los fines de semana el casco histórico, convertido en una descomunal despedida de soltero/a que pone en jaque el sueño de los vecinos, últimamente Córdoba no gana para sustos monumentales, dicho sea en todos los sentidos. Al amanecer del pasado domingo tres adolescentes trajeados como si acabaran de casarse, con pinta de ser en estado sobrio la honra de sus padres, culminaban en la plaza de Las Tendillas una juerga escolar subiéndose al caballo del Gran Capitán; una curiosa forma de homenajear el centenario de la famosa estatua, que habrá hecho a Mateo Inurria, su autor, revolverse en la tumba. La cosa se saldó con los cabalgadores y su gritona cohorte de chicos y chicas -ellas vestidas de largo y con taconazos- huyendo en estampida de los policías locales que patrullaban por allí y con la detención de uno de los trepadores, un chaval de 17 años cazado no por el vandalismo cometido sino «por desobediencia y resistencia a la autoridad». Esta promete investigar el asunto y, si encarta, poner sanciones administrativas. Lo mismo que pasó durante las cruces con los intrépidos escaladores del Potro -se ve que a los bárbaros les van las galopadas-, todavía a medio identificar; otra epopeya memorable grabada, al igual que la de Las Tendillas, en un vídeo que debería servir como testimonio de lo que no se debe hacer, aunque de momento es puro solaz en las redes sociales.

En otra velada de salvaje embriaguez, el pasado sábado se armó una bonita juerga en La Corredera cuando varios clientes de uno de los bares de la zona, en plena exaltación etílica, provocaron a los camareros hasta tal punto que unos y otros acabaron a mamporros. Un arrestado por lesiones, cliente por más señas, y dos personas trasladadas al Hospital Reina Sofía -otro cliente y una camarera- fue el balance de la fiesta. Y si no hubiera intervenido la Policía Nacional habría acabado como las peleas de ‘saloon’ en las películas del oeste.

Hablando de establecimientos hosteleros, la acción de los vándalos ha llegado incluso a un puesto de caracoles, el de La Magdalena, donde unos asaltantes nocturnos, al ver que no había dinero ni nada digno de echar al saco, se desquitaron de su frustración cargándose el modesto sistema informático del quiosco. Y a ver qué pasa en la Feria, tan proclive a los excesos mal digeridos. El Ayuntamiento anuncia videovigilancia y cerca de 900 policías para velar por la seguridad de cuantos busquen el disfrute en el Arenal. Ojalá no haya que lamentar malos pasos. Por favor, tengamos la fiesta en paz.

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