Opinión | COSAS

Invitados

El protocolo está incluso para despuntar una legítima arrogancia, como hizo el presidente Petro

Ya intuíamos que la prevención de riesgos laborales tenía muchos rasgos en común con el protocolo en cuanto a una regulación de procedimientos. Pero los sucesos del pasado 2 de mayo han contribuido a visualizar este acercamiento. Se trata de actividades invisibles, que asoman ‘guadinescamente’ a los medios. Lo fueron los técnicos de prevención durante los meses más turbulentos del covid; igual que la auténtica protagonista de los actos oficiales de la comunidad madrileña ha sido Alejandra Blázquez, la jefa de protocolo que le hizo un placaje al ministro Bolaños para indicar que, instrumentalizaciones políticas aparte, ella era la soberana en el reino de la etiqueta. El protocolo está para eso, para demostrar que, bajo la casa común del decoro, hay margen para escrudiñar la escatología de los gestos; o incluso para despuntar una legítima arrogancia, como hizo el presidente colombiano Petro en el Palacio Real, aunque llenando de cañamones su demagogia con su discurso del yugo español.

Sabía el ministro que era arriesgado ejercer de ariete en una comunidad electoralmente poco rentable. Pero, según sus cálculos estratégicos, había que intentarlo para minar a la todopoderosa Ayuso por el flanco de la institucionalidad. Más aún cuando tenemos la inmensa fortuna de disponer de un idioma que distingue el ser del estar, y nos permite pronunciarnos o incurrir en la capciosidad de su dicotomía. De antemano, nos priva más el estar que el ser, un rasgo que --para qué engañarnos-- no es genuino de los españoles, pero que nosotros hemos tenido la agudeza de perfilar. Los orígenes míticos de la guerra de Troya son todo un arquetipo de esta prelación, pues fue Discordia la que lanzó su manzana por no ser invitada a la fiesta. Si se fijan, las tres hadas buenas de ‘La bella durmiente’ son las ‘Tres gracias’ de Rubens jibarizadas y sometidas a un tratamiento de liposucción. Con un rasgo común: las nefastas consecuencias por no haber incluido otra tarjeta de invitación. Incluso Mecano compuso una versión ochentera de este culto al esnobismo, incluyendo en la nómina de las heroínas de Disney a la chica que se coló en una fiesta, allá donde las hermanastras de Cenicienta tenían pasta suficiente para pagarse una rinoplastia y eran otras de esas niñas monas que no estaban solas.

Bolaños ha querido ejercer de Bella Durmiente, pinchándose con la rueca populista de Isabel Díaz Ayuso frente a la que ya había ingerido un antídoto demoscópico. Eso, o ser besada por Margarita Robles como Princesa Azul, cosa que no ocurrió. Sin embargo, esa bochornosa situación de contemplar el desfile a pie de calle ha permitido al ministro catapultar su presencia en los medios, bien como mártir, o como villano. En cualquier caso, mejor que la discreción, una virtud devaluada en unos tiempos tan superficiales.

El no estar genera resentimiento, un vocablo que ha desvirtuado la pureza de su significado literal pues, masoquismos aparte, qué hay de malo en sentir dos veces. Aun así, no creo que Megan Markle entre en esas diatribas. Más cerca habrá estado de atragantarse con las palomitas al contemplar televisivamente cómo su marido quedaba relegado a la indiferencia en la ceremonia de coronación. Ahora que las cuestiones raciales no son un impedimento para actualizar a los clásicos, cada vez encajan mejor los rasgos de lady Macbeth en la esposa de Enrique Windsor. Y puestos a musicalizar el resentimiento, acudamos a Os Resentidos con su ‘Fai un sol de carallo’. Una buena forma de templar gaitas.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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