Opinión | CIELO ABIERTO

Macarras

Me he cruzado a veces con macarras. Han creído de verdad en lo de dar primero y suelen avanzar con el empujón por delante, que es una dialéctica de puños y pistolas sin pensar en el día de mañana. Es decir: las consecuencias, como si el futuro no ya lejano, sino inminente, no contara para ellos. O para ellas: porque en el macarrismo, como en tantas otras aristas del tráfico mundano, no existen diferencias congénitas de género. Eso sí: no siempre el macarra va de frente. Esto sólo ocurría, en realidad, algunas noches altas, cuando las ebriedades juveniles se ponían en pie. Los peores macarras -y también las peores- suelen ser aquellos y aquellas que recubren su deseo de imponerse, y dominar al resto, de una especie de buenismo edénico. Los mejores propósitos, las mayores sensibilidades, los más puros ideales, un amor delirante a los perritos, el asalto continuo de los cielos para salvar a los parias de la tierra, sí, pero también para situarse ellos mismos encima de esos cielos. Es, más o menos, una plasticidad activa de virtudes con las que el matón listo -que los hay- se adornará a sí mismo antes de sacar a pasear al macarra que lleva dentro. La coartada moral; porque, si el adversario sacara también su lado oscuro, como la razón siempre vive de parte del macarra, estará legitimado para golpear, ya sea en el cuerpo o en mitad del derecho. El otro día, al afirmar Pablo Iglesias que los escoltas del ministro Félix Bolaños tendrían que haberle abierto paso a empujones, cuando la encargada de protocolo de las fiestas del 2 de mayo lo frenó, lo que estaba sacando a pasear, era al macarra. Así, más allá de que no llevara razón, como él cree que sí, entiende que los escoltas están ahí para poner al ministro de la Presidencia donde el ministro quiera, no donde debía estar. Imaginen lo que podría pasar si los escoltas de uno y otro se liaran ahí a mamporros. Pero eso quiere el macarra: la foto de los golpes, sin pensar en lo que está rompiendo.

* Escritor

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