Opinión | ENTRE ACORDES Y CADENAS

Heteropatriarcado sobre ruedas

Los iluminados contemporáneos atacan constantemente a lo masculino, perverso por naturaleza

Los hombres, entendidos no como los seres humanos en general, sino sólo como aquellos pertenecientes al sexo masculino, lo hacemos todo mal. Hablamos mal, nos movemos mal, escribimos mal, nos vestimos mal. Es decir, que somos un auténtico desastre. Y, por tanto, el mundo se convertiría en un lugar mejor si dejáramos de existir.

El sol brillaría mucho más, todos los seres vivientes adoptarían el veganismo y los bosques, sin los asesinos y masculinos leñadores, crecerían y se extenderían por doquier.

El planeta Tierra sería por fin un paraíso. Más o menos como el que describió la directora de cine francesa Coline Serreau en su original película La belle verte, de 1996. Un lugar apacible en el que sus habitantes se comunicaban por telepatía y podían transportarse en el espacio. No había conflictos, ni siquiera de palabra, y los botellones, desaparecido el alcohol, eran de kombucha y té de jengibre.

Esto es, más o menos, lo que, de un tiempo a esta parte, intentan vendernos los iluminados contemporáneos con sus ataques constantes a lo masculino, perverso por naturaleza, y a todos los hombres, independientemente de cualquier otro dato o factor determinante de su personalidad individual.

Todo hombre es, por definición, machista y violento, un agresor sexual en potencia. De modo que, para evitar el futuro crimen, resulta necesario implementar un proceso de desmasculinización de la sociedad que opere de forma eficaz en todos los ámbitos de la vida, desde lo público hasta lo privado.

Uno de sus pilares básicos es la conocida como «perspectiva de género», la cual, llevada al extremo, como suele ocurrir hoy en día con todo, conduce a conclusiones desafortunadas, cómicas incluso, y susceptibles de formar parte de un monólogo de tintes surrealistas.

Escribir con perspectiva de género, hablar con perspectiva de género, pintar con perspectiva de género (no como hacía Botticelli, menudo sinvergüenza), enseñar con perspectiva de género. Y lo último, conducir con perspectiva de género. Porque claro, es de sobra conocido que los accidentes de tráfico no se deben, en muchas ocasiones, al mal estado de las carreteras secundarias o a la falta de iluminación, sino al modo de conducir de los hombres, que proyectamos nuestra violencia intrínseca en el acto de la conducción.

Esto dicen muchos estudios. Subvencionados, por supuesto, con nuestro dinero, el de nuestros impuestos, el que es insuficiente para dotar a la justicia o a la sanidad de los medios necesarios para su agilidad, pero sobrante para financiar este tipo de iniciativas estrambóticas que sólo sirven para que sus autores se llenen los bolsillos a costa de una mejora real de los servicios públicos.

Lo mismo ocurrió con aquel estudio que aseguró, sin lugar a duda, que los desastres naturales, como el terremoto ocurrido en Lorca en 2011, reproducen los estereotipos de género, de forma que los hombres desempeñan un rol activo en el rescate, mientras que las mujeres son vistas como beneficiarias de la ayuda masculina. En otras palabras, que los terremotos, los huracanes, las sequías y, por supuesto los volcanes, son otro de los brazos ejecutores del vil machismo.

La solución, en el caso de los vehículos a motor y ciclomotores, es, según ha anunciado la Dirección General de Tráfico, la inclusión de módulos de género obligatorios para obtener y renovar el permiso de conducir, donde se estudien, entre otras cosas, los roles y los estereotipos de género, los males del patriarcado y la heteronormatividad, los femicidios, los travesticidios, las herramientas para abordar la violencia masculina en la conducción y el acceso y la participación de las mujeres y demás sexos, géneros, identidades sexuales, identidades de género, etc, en el sector del transporte.

No me cabe duda de que, para ello, se creará un observatorio, un gabinete de asesores, un ejército de delegados y algún que otro puesto directivo. Todo ello para el desarrollo de esta nueva medida, que servirá para que, otra vez, nos digan a los hombres que tenemos que reinventarnos para tener encaje en el nuevo mundo que nos están creando. Un lugar del que, si no pasamos por el aro, seremos excluidos y arrojados a la Roca Tarpeya.

Ahora bien, no podemos culparles. Porque, según han dicho, sólo buscan nuestra felicidad. El Estado quiere que seamos felices. Y, por ello, se introducen en nuestras vidas y en el interior de nuestras conciencias. Para salvarnos de nosotros mismos, inconscientes y descarriadas ovejas del rebaño.

Volvamos, pues, al redil. Y asintamos y sonriamos. ¡Qué felices seremos cuando termine la fiesta!

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