Opinión | EL TRIÁNGULO

No son ellos, somos nosotros

Llevamos meses arrasados por las cifras. Parece que todo lo que sucede se resume en datos de empleo, paro, vivienda, fondos europeos, plazos... La cantidad es lo importante. El contenido, no tanto. Y lo mejor de todo es que, en general, no nos molestamos en comparar y verificar. Tampoco los medios de comunicación. En mi favor y en el de muchos periodistas diré que en ocasiones las administraciones nos ponen realmente complicado contrastar la información. Si a la empresa o institución de turno no le interesa tu petición de aclaración o contextualización de alguna cifra, la deja morir. Te da largas, excusas y explicaciones absolutamente inverosímiles.

Sucede con el anuncio de llegada de empresas. Nos venden a bombo y platillo que tal o cual firma se va a instalar en tal o cual lugar, que va a generar «x» puestos de trabajo, que se va a convertirse, a su vez, en un polo de atracción «y» de otras firmas en el polígono «z», y que en 10 ó 15 años habrá multiplicado por otro tanto la inversión inicial. La música celestial que suena a nuestro alrededor es verdaderamente agradable, impresionante... y optimista, sin duda.

Esto es solo un ejemplo. Ocurre lo mismo con todo lo relacionado con la información económica. Para el Gobierno, el paro baja cada mes como nunca desde la crisis de 2008, la inversión pública en vivienda es la más importante en décadas, las ayudas sociales son las más cuantiosas en años y el Estado de bienestar es el más cuidado de la historia. Para la oposición, en cambio, la inflación es la más alta de la democracia, los fondos europeos, escasos, la presión fiscal, inaudita, y las listas de espera quirúrgica, las más altas de España.

Como diría Rajoy, todo es verdad salvo algunas cosas. En esta ocasión, aquí cada uno arrima el ascua a su sardina en el asunto que más le conviene. El problema no son los políticos que sueltan toda esta serie de aseveraciones en una rueda de prensa, una entrevista o un pleno, sino los que creen, retuitean y vociferan sus sentencias. Y lo peor, a sabiendas que son inexactas en muchas ocasiones.

Ojalá pudiéramos frenar esta moda de reducir la realidad a números y titulares, y nos preguntásemos por la filosofía de los proyectos. O si fiscalizáramos el grado de cumplimiento de las cientos de promesas que suelen disiparse con el paso del tiempo. Corremos el riesgo de dudar de todo, como sucede con los programas electorales que ya nadie se cree. No son los empleos, sino la calidad de los mismos. No es la inyección económica en vivienda, sino a qué tipo. No son los fondos europeos, sino a dónde acaban yendo. No es la inflación, sino la falta de acompasamiento con los salarios. No son los impuestos, sino quién los paga y, sobre todo, quién no. No son ellos, somos nosotros.

* Periodista

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