Opinión | la rúbrica

‘El hombre del seco’

Nos escandalizamos de acosos indeseables pero los humanos hacemos ‘bullying’ a la naturaleza

Somos abusones por naturaleza y sin delicadeza. Aprovecharse de lo que nos beneficia es egoísta. Extralimitarse para perjudicar a otros, es abuso. Saber diferenciarlo nos convierte en personas. Los animales marcan el territorio para su uso y los humanos abusamos de las fronteras terrestres para marcar a los individuos. Aprendemos lo que nos enseñan y transmitimos lo que nos conviene. Los adultos abusamos de la ingenuidad de los peques para endosarles mitos y creencias. Con la excusa de nuestra ilusión queremos diseñar la suya.

A través de la irracionalidad del miedo, intentamos controlar su conducta. Duérmete niño, duérmete ya / Que viene el coco y te llevará. Sin duda una nana relajante que arrullaría a cualquiera... a base de pesadillas. Al menos, tras la pérdida de un diente llegaba el odontólogo ratoncito Pérez para anestesiarnos con una propina. Las amenazas abusivas se imponen a los premios mágicos.

Crecimos con el pánico al carbón de los magos y, sin embargo, los regalos surgían de la nada. Sin duda el miedo más atroz venía de un personaje siniestro al que se denominaba «hombre del saco». Este ser temible pulula por las calles a la caza y captura de niños rebeldes que se alejan del control parental. La historia relata algún suceso de brutalidad real que dio cuerpo a este personaje cruel. El más famoso se llamaba Francisco Leona y asesinó, junto a otros colegas, a un niño en la población almeriense de Gádor en 1910 tras llevárselo en un saco. El crimen tenía como objetivo una presunta sanación por indicación del curandero local. El protagonismo de este miedo inducido es más cultural que local. En Europa existen los Krampus desde el siglo XVI. Estos mitológicos personajes son el contrapunto al dadivoso San Nicolás navideño y se llevaban a los niños malos en un saco.

Nuestra economía se basa en el abuso de unos pocos pudientes sobre el resto. Los empresarios abusan de sus empleados para enriquecerse. Otras veces, los trabajadores lo hacen de sus jefes y compañeros. El abuso es una ostentación de poder contra las víctimas, que también va dirigida a los observadores. Todos los delincuentes son abusones, pero no todos los que abusan están en el código penal. Los padres genéticos abusamos de los niños porque ser sus progenitores nos da autoridad.

En cambio, los padres eclesiásticos que abusan de niños deberían pudrirse en la cárcel. En el colegio siempre había abusones. Unos utilizaban los galones de profesor y otros, la cobardía de su fuerza contra los compañeros. Los listillos que abusan de su inteligencia, secuestran el resto de habilidades y vampirizan el talento de los demás. Hay más futuro en las últimas filas del aula que en los pupitres de primera clase.

En la familia, los «cuñaos» abusan de nuestra paciencia. En el deporte, odiamos a los chupones que abusan del balón. Los abusadores ejercen la violencia de género porque la maldad no es una enfermedad, sino que utiliza el machismo como poder de dominación contra la mujer.

El abuso de poder crea déspotas. El deseo abusivo de autoridad genera dictadores. La democracia usa la participación para controlar a los abusones. La atracción hacia el abuso es una perversión. El empacho es un abuso de la gula (no sólo con la del norte). El abuso genera dependencia y, al mismo tiempo, las adicciones son una dependencia de aquél. El exceso de egoísmo es un abuso que daña a los demás y a lo que nos rodea. Quienes abusan de la humildad son narcisistas. La leyenda nos recuerda que Dios es un abusón metomentodo. Satanás se reveló contra la soberbia divina, con la suya más artificial, y ganó el que la tenía más grande.

Abusamos de nuestro planeta como lo hacemos de nuestros congéneres. Nos justificamos en defensa propia, pero lo hacemos en nuestro beneficio. Nos escandalizamos de acosos indeseables pero los humanos hacemos bullying a la naturaleza. Buscamos un plan «B» con otra Tierra alternativa en el cosmos para exprimir, porque aquí apenas podemos sobrevivir. Sufrimos el cambio climático que provocamos, mientras nos quejamos de esa alteración que afecta a las isobaras de nuestra vida.

Nos mostramos secos con el vecino en el ascensor, rebelándonos contra la falta de lluvias y el calentón del termómetro. Pero la revolución termina antes de llegar al garaje de un sótano cada vez más infernal. Nos asusta el sudor de abril y no sabemos si será sostenible la factura del aire acondicionado en mayo. Esta vez el terror es auténtico y viene a por nosotros. Es el «hombre del seco».

* Psicólogo y escritor

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