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Marcos Santiago Cortés

La España triste

Han sacado de la tumba el cadáver de un fascista fusilado en el 36. José Antonio Primo de Rivera, se llama. Hoy, la tira de años después, vuelven a sentenciar al fusilado cambiándolo de tumba por imperativo legal (como si las leyes no fueran la voluntad del ser humano, como si fueran exactamente lo contrario). Qué quieren que les diga, yo al menos estoy harto, no de tener memoria porque esa es la base de la convivencia, sino de legislar el pasado. La historia se recuerda para aprender a mejorar. Y me parece muy razonable que, en base a la historia, se intente compensar porque eso en derecho se llama reparación del daño. Pero desenterrar a un fusilado me parece terriblemente sectario. La guerra civil es historia. ¿Tan difícil es hacerlo entender? El valle de los Caídos ya es un monumento y punto. ¿Hacemos como los talibanes que volaron hermosísimas imágenes talladas en la montaña con cientos de años? En todo caso, nos guste más o nos guste menos, el pueblo español aceptó la vía de la conciliación y la tan conocida transición, que es adorada por unos y denostada por otros pero que, como los monumentos y las tumbas, es historia que ni Dios puede cambiar; transición, por lo demás, respaldada por el vigente pacto social. La prueba es que el trasladar los restos de Franco del Valle de los Caídos no ha sido acompañado con numerosísimas manifestaciones de júbilo. Se ha hecho sin pena ni gloria, a sabiendas de que podíamos estar rompiendo una palabra. Pero es cierto que, como fue un dictador, tampoco se ha protestado multitudinariamente por ello. Ahora bien, trasladar los restos de un fusilado merece un análisis más profundo respecto si dicho traslado no solo significa un desprecio al esfuerzo hecho por el pueblo español para reconciliarse consigo mismo sino un acto tan incivilizado como el canibalismo. Abrir esa tumba y mover esos restos fusilados en el 36 no es propio de democracias avanzadas que literalmente «pasan» de este tipo de acciones. El que escribe, como ciudadano criado en democracia y seguidor de la misma como a una madre, siente vergüenza ajena de tan horroroso acto de desenterramiento de un fusilado para cambiarlo --según la ley-- a un sitio más acorde a la democracia actual. Fanatismo no solo es creer que Franco fue caudillo por la gracia de Dios. Fanatismo también es desenterrar cadáveres, no para darles cristiana o familiar sepultura sino para realizar un macabro acto de humillación post mortem. Me pregunto qué gana la democracia con semejante aberración. Nada ( además que no es gratis). Pero ¿y los promotores de esto, qué ganan? Yo no sé si infantiles persiguen esa extraña y probablemente chulísima sensación de viajar en el tiempo para intentar vengarlo. Pero lo que es seguro es que no viajan en el tiempo, sino que no veas cómo tristemente nos lo hacen perder esta piara de descerebrados.

** Abogado

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