Opinión | COSAS

Jarrones chinos

España es un país de grandes entierros, pero también de insulsos exilios

No queda claro en su biografía que a Felipe González le fascinase la cultura oriental, pero a los hechos nos remitimos. No solo fue el que introdujo los bonsáis en los jardines de La Moncloa, sino el que popularizó ese vocablo entre los españoles. También fue el divulgador de un pseudo proverbio chino, no atribuible a Confucio, sino a Deng Xiaoping, el dirigente chino que recordaba en sus facciones a Armando Manzanero, arquitecto de esa cuadratura del círculo de bendecir el capitalismo bajo la absoluta hegemonía del partido comunista: ratón blanco, ratón negro, lo importante es que cace ratones. El propio González cayó en la trampa asiática, al reconocerse en el mal endémico de los expresidentes, simbolizado en un jarrón chino: son muy caros, pero nadie sabe colocarlos por el riesgo a que se rompan.

Desde hace un tiempo --el próximo año se cumplirá un decenio-- tenemos un monárquico jarrón chino. Históricamente, ese problema quedaba resuelto con las arribadas republicanas. Un rey depuesto era una vasija rota en el exilio, como las ánforas de aceite que llegaban de Hispania y formaron en Roma el monte Testaccio. España es un país de grandes entierros, pero también de insulsos exilios. Alfonso XII, el postrimero rey romántico, fue el último monarca español que murió en Palacio. Desde su exilio parisino, Isabel II sería una traslación actual de la Gran Duquesa de Rusia, invocando a los médiums dinásticos en el teletienda o asistiendo como miembro del jurado a concursos de belleza. Y Alfonso XIII fue un fantasma romano --otro más-- en la ciudad eterna, cual la demacrada perdición de Dick Bogarde en Muerte en Venecia. Claro que Roma en el 41 no estaba para muchas florituras y refinamientos.

Los cubiletes de la Historia juegan con dados trucados. Precisamente en Roma nació el rey Juan Carlos. El mismo que comenzó a afianzar sus días de gloria en el Congreso americano. Unos Estados Unidos, eso sí, alicaídos porque no era fácil digerir al mismo tiempo el Watergate y la deshonrosa salida de Vietnam. El mismo rey que le cogió el gusto a la letra y la música de esa canción de Julio Iglesias que puso a Tricicle en el mapa humorístico español. Este país ha sido esquivo con la Ciencia, pero no así para validar leyendas urbanas. Y casi resulta profético desvelar que era el Borbón el Jacq´s de aquella colonia de macho, el casco de un motorista mandaloriano en la corte del Florida Park.

Tienen motivos los Borbones para sentir envidia insana hacia los Windsor. La Coronación es una auténtica máquina registradora y los coronados también se beneficiarán de esta kitsch mercadotecnia. Pero esto es España y ya saben como sigue el eslogan futbolero. Por mucho acto de contrición, el Emérito ha sacado en más de una ocasión su orgullo regio, quejándose de su condición de holandés errante que guiña a sus amigos posada o un billetito de avión. No es mal karma para haber ejercido de Sinatra en los Madriles, pero entiendo más pragmático plantear un amortiguado regreso. Aquellos mismos a quienes sus bases se encierran en consistorios asturianos plantearían que Juan Carlos reinase en Barataria o en las Columbretes. Los reyes Eméritos no se trabajan las hipotecas inversas, pero a cuenta de que, palabritas del Niño Jesús y la Constitución, actúe con discreción, resulta más rentable para la estabilidad institucional que su figura se vaya diluyendo en el pantalán de algún puerto gallego, emulando en el Finisterre a la partida de los elfos. Luego, la Historia tendrá todo el tiempo del mundo para juzgar sus actos.

 ** Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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