Algunos «comentaristas» literarios (hoy todo el mundo lo es) comparten con los arqueólogos (hoy todo el mundo sabe de todo) su tendencia a la comparación. Definen por comparación. A la coincidencia, la mera lógica vital por la cual las cosas se repiten, la llaman «antecedente». Pero no-se-puede ni tan siquiera comentar un texto literario, porque decir «Huckleberry Finn es un chico que tal» implica la automática comparación de Huck o quien sea con un modelo de chico preestablecido. Pero Huck es Huck y solo Huck, ahí, en esa historia. Por eso, ya desde un principio el verbo «ser» se muestra impotente y ridículo para definir a Huck. Únicamente el autor podría ofrecer, de la manera subjetiva que exige el caso, un «retrato» del personaje; lo cual sobra: hay que leer el libro y punto.
Decir de la novela Madame Bovary que «cuenta la historia de una mujer que engaña a su marido» es despojar vilmente a la obra de toda la compleja realidad psicológica que envuelve a ella y su marido y demás personajes. La historia es «esa», y solo su lectura puede hacer ver lo que el autor desea mostrar. Y no importa si ello es un retrato verídico, naturalista o fantástico de la sociedad, o una «declaración de intenciones» del autor (¿a quién se le ocurre?), o lo que quieran inventar online los esporádicos expertos en nada. Hay que leer la novela con la mente en blanco, sin comparaciones, ni referencias ni antecedentes en cuanto al «argumento», la «estructura» y el «perfil psicológico» de su protagonista. Hay que disfrutar de la lectura. Y no me cuenten historias, ni traten de establecer pa-ra-le-lis-mos (¡cuánta matemática!), ni busquen di-sec-cio-nar el animal Madame Bovary o Huckleberry Finn. Están ustedes por completo desautorizados.
Pero si hay algo peor que un neocrítico literario-artístico es un administrador de vidas y pensamientos: un político. El revisionismo de los analfabetos de la vida, faltos de lectura, sensibilidad y lógica, pretende cerrar la boca a los creadores, sin disponer de la mínima pajolera idea de lo que significa ser escritor, a diario, en el contexto social e histórico que a cada uno le toca. Y es que aquello que el autor «muestra» no es siempre y/o ni mucho menos lo que «comparte». Ahí reside la excelencia de la literatura: en la libertad de ubicación del autor: ahora es narrador, luego personaje. Quien no entienda esto que se meta a político y/o censor, y que se fastidie con todos sus complejos e impotencias. Esta es sin duda la estúpida época de los señoros y las señoras, de las divisiones, los análisis y la ignorancia, y es muy probable que en el futuro, si alguien sabe leer, y con la perspectiva que da el tiempo, se llegue a valorar hasta dónde alcanzó la estupidez presente.
** Escritor