Opinión | sin fronteras

El ‘toro del aleluya’ en Arcos de la Frontera

El hombre se ha enfrentado de diversos modos con el morlaco, lo que no ha dejado de plantear controversias

En nuestra cultura el toro se ha visto revestido de múltiples significados. Ha sido símbolo de fertilidad y de abundancia, así como de afirmación de la vida. Al festejarlo, se celebraba la riqueza de los campos y la prosperidad de las gentes que los cultivaban. Estos mantenían con el astado una relación próxima, a la vez que confusa y tumultuosa. El significado de su sacrificio se ha prestado a especulaciones. Algunos sostienen que debía morir para que el pueblo renaciera, idea que encontramos ya en suelo peninsular en la cultura megalítica, en la cual se asimila la deidad taurofánica con el sol. Esta fe implicaba, sin duda, un sacrificio constante de bóvidos, cuya sangre se destinaba a la renovación de las ya por entonces agotadas energías del astro rey, lo que aseguraba su perpetuidad. Nacía de este modo una idea que se difundió por toda la cuenca del Mediterráneo y se plasmó en nuestro entorno en una serie de festejos que tomaron al toro como protagonista.

Desde hace siglos, pues, el hombre de aquí se ha enfrentado de diversos modos con el morlaco, lo que no ha dejado de plantear controversias acerca de ciertas prácticas por él protagonizadas, polémicas que han perdurado hasta hoy mismo. Los árabes lo lancearon, como hicieran luego los caballeros cristianos. Ya por entonces existía en muchos de nuestros pueblos la costumbre de atar sus cuernos con una cuerda larga y gruesa, mientras eran paseados por las calles del pueblo entre una gran algarabía. A su término se devolvían al campo, o bien eran sacrificados para ser consumidos durante las celebraciones. La muerte del astado, con sus rituales y variantes de «enmaromado», «de júbilo» y demás apelativos, se transforma con el correr de los años en una fiesta urbana más, la cual sustituye a justas, juegos de cañas y otros torneos caballerescos. Su apogeo se alcanza con la modernidad, a través de una serie de espectáculos que llegaron a ser prohibidos por el papa Pío V, debido tal vez a la peligrosidad que implicaban para almas y cuerpos. El interdicto fue levantado luego por Gregorio XIII, si bien Sixto V puso de nuevo la bula en vigor hasta su anulación, ya durante el pontificado de Clemente VIII. Así, la Iglesia cristianizaba unos rituales paganos muy arraigados en el pueblo. Tales prácticas serían avaladas por la monarquía, la cual señaló en distintas ocasiones que las prohibiciones no afectarían a la antigua costumbre de atar los toros por las calles, sobre todo si habían de servir para el regocijo y juego de las gentes. Felipe II entendió que, dado lo arraigado de aquellas celebraciones, no era conveniente, ni en lo social ni en lo político, que las mismas desaparecieran. De ahí que aún permanezcan en numerosos municipios. En Cádiz, concretamente, se celebran en Arcos, Bornos y Vejer de la Frontera. Hay quien sostiene que el origen del toro enmaromado habría que buscarlo en los antiguos rituales del toro nupcial, al que llevaban a casa de la novia para que el futuro esposo le clavara las banderillas: las manchas de sangre en sus ropas se interpretaba como muestra de la transmisión de su poder sexual al novio; otros sostienen que el origen de tales festejos fue algo mucho más sencillo, como que unos carniceros los llevaran enmaromados antes del sacrificio. De cualquier forma, las celebraciones se transformaron con el paso de los años en un rito de iniciación para los jóvenes. Arcos de la Frontera pone con ellas el broche de oro a su Semana Mayor.

La celebración del ‘encierro del aleluya’ o ‘toro de cuerda’, el Domingo de Resurrección, congrega hoy a un gran número de participantes. En ella el toro deambula suelto sin soga por unas calles ya preparadas y que, desde primeras horas del día, se ven repletas de gente. Los astados, al no estar sujetos, provocan a su paso una mayor emoción, aunque también mucho más peligro que si fueran atados con cuerdas, lo que permitiría a los hábiles sogueros frenar no pocas de sus embestidas. De ahí que el control de los bóvidos se presente hoy como una oportunidad para los jóvenes, quienes prueban de este modo su capacidad para integrarse en el mundo de los adultos. Demuestran así su gran hombría, concepto muy arraigado en el seno de la cultura popular de nuestra tierra.

Con este festejo se cierra la Semana Santa en Arcos, que incluye igualmente disfraces y cantes, tal y como si se tratara de una nueva edición del antruejo.

* Catedrático

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