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Sumar evoca la lozanía de la integración o el machadiano hacer camino al andar

No se trata de hacer disquisiciones sobre la inteligencia de los animales, pero un rasgo distintivo del ser humano como especie es la de conceptuar sentimientos. Desde la primera representación cavernaria, imbuida posiblemente por el miedo y la superstición, hasta el último emoji, expresamos -por acción u omisión- declaraciones de intenciones.

Obviamente, la política no es ajena a este ideario y sus anagramas pretenden optimizar con la mayor sofisticación esa voraz vocación de caladero de votos. La aritmética no ha eludido esos propósitos. De las cuatro reglas básicas, dos hermanas -acaso injustamente- siempre han tenido mala prensa. La resta se ha acompañado de una imagen negativa, pese a que podía revertirse como una estimuladora del esfuerzo, tal que las muescas marcadas para finiquitar una hipoteca. Y qué decir de la división, asociada a la astucia estratégica de Julio César para alcanzar la victoria. Empero, dividir también es repartir y distribuir, pero el electorado no conecta con esas acepciones favorables. De las hermanas buenas, la multiplicación presenta una imagen espléndida. A favor, la feraz prosperidad del milagro de los panes y los peces. Sin embargo, no veo ningún partido político registrando como marca electoral esa regla aritmética porque esconde un sustrato de codicia. La hipocresía es un ingrediente de la política y de la ciudadanía, porque a nadie nos amarga soñar con los tiempos de las vacas gordas, mas no queremos ser señalados como el rico Epulón.

Queda, por tanto, la suma. La más simple, la primera que aprendimos contando peras o manzanas, incluso después del confuso teorema de Ana Botella con su mescolanza. Me quedo con Sumar, ha dicho Yolanda Díaz para bautizar ese proyecto político que ha tardado en fraguarse más que el parto de la burra. Sumar se asocia a los brazos extendidos de los Tres Mosqueteros -mal empezamos, porque en realidad fueron cuatro-. Sumar evoca la lozanía de la integración o el machadiano hacer camino al andar. Pero tiempo le faltará a sus adversarios políticos para tirar del refranero: «Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces». Para ellos, la suma parte de la fragmentación, esa querencia de la izquierda allende las fronteras socialistas, tan golosa esa reiteración como un caramelo a la puerta de un colegio. Quizá sea porque en ese espectro político los egos sean más libertarios, y más en estos tiempos en los que el pope podemita lamenta desde sus vanidades los vuelos propios de su entronizada.

Yolanda Díaz ha hecho su puesta de largo en Magariños, un castizo polideportivo con reminiscencias gallegas, la fusión de la cancha donde un joven Sánchez hacía canastas, con la galleguidad periférica. Como toda organización, Sumar tiene el vórtice de sus fundadores, una izquierda pijipy que ansía empatizar con el rojerío agraz. Yolanda viste de blanco para peronearse con un populismo que sugiere una versión acústica de la Internacional. La señora Díaz quería atribuirse la elegancia de la ochentera Sade, desprender autenticidad y sofisticación entre trincheras y barricadas que huelen a ajos y utopías revenidas. Para saciar ese elitismo populista, habría sido tentador que, en lugar de Sumar, la sigla política hubiese sido Plus. Nanay, no por el latinajo, sino por su inspiración franquista, hidroaviones y niños héroes de por medio.

La cuestión está en cuánto tardará Pablo Iglesias en afilar su lengua frente a su discípula réproba. Para alegría de Pedro Sánchez, a Yolanda Díaz quizá no le quede más remedio que contestar al gurú morado: «Menos es más».

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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