Opinión | FORO ROMANO

Serenata a la Mezquita

Fue entonces cuando Ramón Medina compuso el testamento musical de Córdoba a la flor más lozana del pueblo andaluz

Montaje de los palcos de la Semana Santa de Córdoba en el entorno de la Mezquita-Catedral.

Montaje de los palcos de la Semana Santa de Córdoba en el entorno de la Mezquita-Catedral. / Francisco González

El Cristo resplandece ante los faroles, que le dan a la plaza un misterio como de mística castiza, donde las bandurrias y el violonchelo le ponen música de cielo a las voces de los componentes de Noches de mi Ribera, tocados de capa y sombrero, la vestimenta del cordobés de siglos, que de siempre ha cruzado esta plaza de los Dolores como si fuera un recinto de silencios, como la definió Mario López. A esta plaza de cal y cielo descubierto, de blancos y azules andaluces, hay que venir para ganar «trescientos y sesenta días de indulgencia concedidos por diferentes prelados» -como está escrito en una placa pegada a la pared-, para subirse al cielo por el ciprés que asoma por detrás de la tapia de Capuchinos y, sobre todo, para perderse después de haber escuchado las canciones de Noches de mi Ribera, una agrupación musical cuyo repertorio es el testamento de la cultura popular cordobesa donde Serenata a la Mezquita, de Ramón Medina, resume la historia de una Córdoba que empezó romana y luego se convirtió en cristiana y mora. Un grupo al que le presta, como presentador, voz e ingenio José Antonio Rodríguez Leal, de Villanueva del Duque, compañero de curso en aquellos tiempos de seminario, cuando casi todavía éramos niños… y la Semana Santa era parte de nuestra formación. 

Una Semana Santa que en Córdoba empieza en la plaza de Capuchinos, al lado del Cristo de los Faroles, donde Noches de mi Ribera convoca todos los años a las Dolores, Lolas y Lolitas, que luego peregrinan hasta la capilla de la Señora de Córdoba, un acto que se pierde en la memoria del tiempo y donde se constata que, efectivamente, esta plaza guarda las esencias de la mística castiza. Mística que los últimos obispos de Córdoba han dirigido hasta el espacio de la ciudad donde un día estuvo el Paraíso, que ahora han convertido en carrera oficial de la Semana Santa y tratan de sustraerle su auténtica y original historia. Ramón Medina lo entendió, tradujo el sentimiento natural de los cordobeses y llamó a su melodía por su nombre lógico y normal, Serenata a la Mezquita, no Serenata a la Mezquita-Catedral. Como con la simple lógica de los conductores de los coches de caballos: «A la derecha el Alcázar, a la izquierda, el Seminario. Arre caballo», dando por supuesto que su dueño no es ningún grupo con influencia sino la historia. Que ha montado por aquí, por la Ribera, la Noria de la Albolafia, que en su día la reina Isabel la Católica mandó desmontarla y que luego, en 1994, en tiempos de Herminio Trigo, la escuela-taller que dirigía Ángel Galán puso en marcha y cuyo funcionamiento vino a grabar la televisión BBC, seguro que un día que no había gatos subidos en las piedras con historia. 

Por aquí, por donde el Seminario sigue en su sitio, estos días están montando en la tierra el campamento de la divinidad, aunque la sequía con su agua estancada le quita belleza al entorno del Puente Romano, que le devuelve la música. Hay una islita en este Guadalquivir casi seco de pájaros subidos en piedras que muestra un extraño paisaje de molinos sin maleza frente a la Calahorra desde donde se perciben los monumentos de Dios en la Tierra: la Mezquita, el Palacio Episcopal, el Palacio de Congresos, antiguo Hospital de San Sebastián y territorio eclesiástico donde cocinan en El horno de Mel, y el Seminario. Aquí está el poder del cielo en la tierra que reconstruye su apariencia en mitad de pasillos cubiertos de rojo que tapan las sillas y en el patio-terraza-cafetería del Palacio Episcopal, una idea con futuro, que ya ha abierto su librería. 

El Patio de los Naranjos, en cuyos árboles de nuestras siestas del Seminario desde donde mirábamos el mundo (y las turistas) Reyes, Ibáñez, Aranda y algunos compañeros más, han excavado para buscar historias eclesiásticas, está abarrotado días antes de que esto sea un espacio procesional con marchas religiosas. Cuando la Semana Santa nos devuelve a aquellos tiempos en que las vacaciones eran el único mundo deseado. Cuando Ramón Medina compuso el testamento musical de Córdoba: Serenata a la Mezquita, la sultana y la flor más lozana del pueblo andaluz.

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