Opinión | PARA TI, PARA MÍ

Semana Santa: Tres «regalos» de Dios

La Semana Santa, en expresión más cercana y popular, podríamos definirla como la «Semana del amor»

Hoy, Domingo de Ramos, se alza el telón de la Semana Santa, con la bendición de las palmas y olivos, que presidirá el obispo de la Diócesis, monseñor Demetrio Fernández, en la Santa Ia Iglesia Catedral, y la salida de la primera cofradía que hace su Estación de Penitencia: Nuestro Padre Jesús de los Reyes en su Entrada Triunfal en Jerusalén y Nuestra Señora de la Palma, con su salida de la parroquia de San Lorenzo. La Semana Santa, en la liturgia de la Iglesia, es denominada la Semana Mayor, y en expresión más cercana y popular, podríamos definirla como la «Semana del amor». El poeta José García Nieto dibujó la Semana Santa, en uno de sus versos más hermosos, como «el tiempo del que ama». El aroma primaveral de los naranjos en flor, la religiosidad popular congregada en torno a las imágenes sagradas, aromatizan la fe del pueblo cristiano que contempla en estos días el drama de la pasión y muerte de Cristo, con el final esplendoroso de su resurrección. Dios ofrece a la humanidad tres «regalos» espléndidos durante la Semana Santa: el primero, «el regalo de su amor». Recordamos, una vez más, las palabras de Cristo a Nicodemo, en sus coloquios durante las altas madrugadas palestinas: «Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo Único para salvarlo». Dios nos regala su amor, «cuya medida, como subrayara san Agustín, es amar sin medida». Un amor que se ofrece en una cruz, convertida en «excelso trono de amor» en el Gólgota, para el universo. El segundo regalo de Dios durante la Semana Santa es «el paraíso». Pero con un matiz especial que el Crucificado pone de relieve en sus palabras al buen ladrón: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». «Hoy», porque quien abre las puertas de su vida a la presencia de Dios, a su Palabra revelada, a su gracia y a sus dones, «entra en el paraíso» de la paz, de la libertad y de la esperanza. El tercer regalo de Dios durante esta Semana Santa será el «regalo de una Madre», con su regazo abierto siempre a todos sus hijos, a toda la humanidad. «Hijo, ahí tienes a tu Madre», dirá Jesús a su discípulo predilecto, en los instantes finales de su vida. Junto a las imágenes de Cristo crucificado, le siguen las imágenes de su Madre bendita, que nuestras Hermandades y Cofradías «miman» con especial cuidado y delicadeza, en tantas advocaciones como «sufrimientos» tenemos los mortales: «Las Vírgenes de las Angustias, de los Dolores, de las Lágrimas, de las Tristezas, de la Piedad, de la Paz...».

El Domingo de Ramos nos muestra en la liturgia de la Iglesia y en las Estaciones de penitencia que realizan hoy en Córdoba nuestras hermandades, esas dos «caras» de un Jesús, montado en la «borriquita», aclamado por su pueblo y proclamado como Mesías, y a continuación, en la lectura de la Pasión, que tiene lugar en las Eucaristías de hoy, contemplamos su mesianismo, en contra de las expectativas judías, el rostro del Siervo sufriente y fiel hasta el final. El Domingo de Ramos es a un tiempo «pórtico» de la pasión y «síntesis» de ella. El triunfo de la Entrada en Jerusalén es profecía de lo que vendrá: la pasión y muerte de Jesús adquiere su pleno sentido en el grito de victoria sobre el mal en su resurrección. El hombre de hoy, el hombre «posmoderno», ha sido calificado con acierto como «sujeto emotivo»: un sujeto fragmentado, zarandeado por multitud de emociones, cerrado a la trascendencia, convencido de que esta vida es la única y el hombre no debe esperar otra «felicidad». Frente a esa «caravana de descreídos», llega un Crucificado, con palabras de salvación y de plenitud. Será así la Semana Santa un grito de esperanza para una humanidad sangrienta y desangrada por tantos falsos «redentores» de esta hora.

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