Opinión | MEMORIA DEL FUTURO

Muerte en Bagdad: veinte años después

Un misil acabó con la vida de Julio Anguita Parrado, un periodista cordobés de solo 32 años

En apenas cinco días, hará veinte años que al sur de la ciudad de Bagdad un misil acabó con la vida de Julio Anguita Parrado, un periodista cordobés que solo tenía 32 años. Hoy tendría más de 50. Una vida segada en plenitud, de la que al menos tenemos memoria. Gracias a su familia, al Sindicato de Periodistas de Andalucía, al Ayuntamiento, a la Universidad de Córdoba, al Parque Joyero y a sus amigos, su testimonio de paz sigue vivo. También sigue más vigente que nunca el grito de su padre: «Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen».

Julio ya no está, las guerras y los canallas sí. Ando revolviendo recuerdos y papeles, mientras preparo un libro que ha de conmemorar este triste acontecimiento y las quince ediciones transcurridas ya desde la creación del Premio internacional de periodismo que lleva su nombre. Y cuando trabajo en la labor de documentación, viendo la foto de las Azores, la película documental de Donald Rumsfeld «Certezas desconocidas» o leyendo los informes de varios expertos, lo primero que me pregunto es para qué sirvió esa guerra que ha sido calificada como el mayor error estratégico en la historia de los Estados Unidos y que, definitivamente, abrió la caja de pandora de una parte de los males del siglo XXI.

Junto a Julio murieron diez militares españoles, el también periodista José Couso y más de 4.500 soldados norteamericanos y casi 210.000 civiles en Iraq. Como apunta Haizam Amirah Fernández, después de la invasión, a nivel interno se abrió una tremenda violencia sectaria con varias guerras civiles y actos terroristas múltiples, a nivel regional se incrementó la desestabilización de Oriente Medio y se regaló el país a su gran enemigo Irán, y a nivel internacional se acabó con las esperanzas del multilateralismo y se perjudicó la imagen de Estados Unidos no solo en la región, sino en buena parte del mundo musulmán y también se debilitó el papel de Naciones Unidas que nunca respaldó la invasión.

A pesar de ello, Aznar afirmó en febrero pasado en relación con su apoyo a la invasión de Irak: «no me voy a disculpar». Además, según él, «el mundo está mejor sin Sadam Husein2. Durão Barroso reconoció que había sido engañado con la falsedad de las armas de destrucción masiva. Tony Blair pidió perdón y manifestó que aceptaba «toda la responsabilidad en la guerra de Irak sin excepciones ni excusas». Bush reconoció graves errores de la inteligencia estadounidense, pero no pidió perdón, y el subconsciente en mayo pasado le jugó una mala pasada cuando, al condenar la invasión de Ucrania, sufrió un lapsus y terminó afirmando: «La invasión brutal e injustificada de Irak... quiero decir de Ucrania».

Desde luego, la política de Bush padre nunca fue la de derrocar a Sadam, ni se preocupó de un cambio de régimen, más allá de expulsar a las tropas iraquíes de Kuwait en la guerra del Golfo de 1991. Su hijo, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, tal vez se dejó contagiar del temor y del deseo de venganza que se generó en parte de la sociedad norteamericana. Por muy diferentes razones, altos funcionarios de diversa competencia en la administración Bush construyeron la mentira de la existencia de un arsenal de armas de destrucción masiva, que el régimen secular de Husein podría poner a disposición de Bin Laden. Más bien dieron argumentos a un Presidente con unos niveles de popularidad por los suelos, para emprender una «cruzada» en la que no hubo lugar a escuchar la opinión de quienes no veían pruebas para emprender esa «misión».

La guerra fue un desastre en todos los sentidos del que nadie se sintió responsable. Las armas nunca aparecieron y, al contrario, las evidencias mostraron que nunca existieron. Una gran mentira de la que se aprendería poco. Una vez más el relato crea una realidad que los hechos desmienten, pero el interés político y el económico, véase los intereses económicos que el documental citado desvela, prevalece y lo vuelve a poner de manifiesto en cuanto lo necesita.

El Anuario del Instituto Internacional para la Paz de Estocolmo (SIPRI por sus siglas en inglés) del año 2022, el último publicado, pero que incluye algunos datos sobre la guerra de Ucrania, señala la existencia de conflictos armados activos en al menos 46 Estados. Solo en 2021 murieron más de 150.000 personas en conflictos armados. El gasto militar mundial en ese año se incrementó una vez más, en esta ocasión hasta los 2.113 billones de dólares, dato que se quedará pequeño cuando se publique el informe correspondiente a 2022. Los principales exportadores de armas son Estados Unidos y después Rusia. España ocupa el noveno lugar del ranking. El armamentismo es una forma de violencia que no hace sino contribuir a la inseguridad global, en la que la tensión y la amenaza de una nueva guerra fría sobrevuelan las relaciones internacionales. China está jugando sus bazas en favor de debilitar el papel unilateral de Estados Unidos para facilitar un nuevo multilateralismo, en el que no sabemos si su posición es sincera o es una estrategia más para desbancar al rival y ocupar su lugar. De momento su papel como hacedor de paz está fortaleciendo su imagen en muchos países.

Esas malditas guerras y, por supuesto, los que las crean que no mueren en ellas, no han servido para el escarmiento humano. Hasta ahora solo podemos seguir analizándolas, estudiando el sufrimiento y los errores y la maldad contenida en ellas, para tratar de contribuir a la ciencia de la paz y la regulación pacífica de los conflictos. No podemos bajar los brazos aunque la tozudez del negocio de las armas no ceje en el empeño. De ahí la importancia del periodismo de guerra. Sin los testigos de la crueldad que nace en este fracaso colectivo que son las guerras, no podríamos estudiar los testimonios sobre las violaciones de los derechos humanos que en ellas se cometen, ni denunciar los abusos de todo tipo que la crueldad humana es capaz de poner en juego en el más irracional de los modos de relación social que hemos inventado. A ese compromiso trató de dar voz Julio Anguita Parrado dejándose la vida en el empeño.

Desde la Cátedra Unesco de Resolución de Conflictos, como institución que se dedica al estudio de los conflictos y, especialmente, al diseño de medios de regulación o resolución pacífica de los mismos, no podíamos pasar por alto la propuesta que nos hizo el Rector de la Universidad de Córdoba. Con ese propósito de honrar su memoria hemos creado un seminario permanente que lleve su nombre, para resaltar el valor inmenso que tienen los y las periodistas poniendo ojos, oídos, pasión, y llegado el caso la vida, en esas guerras que no deben caer en el olvido o el silencio cómplice. El también periodista cordobés, Gervasio Sánchez nos hablará de «Periodismo y conflictos: veinte años de guerras. De Irak a Ucrania», para inaugurar este proyecto.

Él, entre otros, ponen cada día de manifiesto que cuando un conflicto bélico pierde presencia en los medios, deja un terreno abonado para una mayor impunidad en la violación de los derechos de las personas, empezando por el más elemental: el derecho a vivir en paz.

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