Cien incendios llegan a las puertas de Oviedo para que nos podamos refugiar en el cambio climático. El presidente del Principado de Asturias, Adrián Barbón, llama a los autores «terroristas del fuego»: es lo que son. Y como tales debieran ser tratados. Siempre queda el recurso de ponernos muy estupendos hablando del efecto invernadero, las grandes sequías, los casquetes polares, los flujos de mareas que amenazan con traernos el día de mañana: pero esas manos ruines, miserables, que urden las hogueras ancestrales, la quema de los bosques, todos los incendios que avanzan como demonios por nuestra primavera, que el viento nos azota como una ira de infierno que nos quema la vista, son manos reconocibles y completamente humanas. Que el presidente Sánchez, antes de hacerse China, quisiera descubrirnos --me parece que tarde-- que el cambio climático es muy malo, si no se toman medidas de verdad eficaces, es igual que condenar determinados crímenes especialmente violentos y crueles, con una mano, mientras con la otra se introduce, en el discurso político, la abolición de la prisión permanente revisable. Una cosa es el cambio climático y otra muy distinta la sensación de impunidad que, antes cada verano, y ahora ya desde la primavera, parece que descansa sobre el nuevo lecho de cenizas azotando los campos. Pienso en Asturias, en mis queridos amigos de allí, pienso en Pedro Garfias y en ese poema espléndido que Víctor Manuel convirtió en una canción llena de belleza, y me duelen los ojos al mirar ese paisaje de ventisca gris, con pavesas llenando el aire calcinado. Y sólo se me ocurre un endurecimiento de las penas, o esto va a seguir hasta la desertización. Podemos seguir dando toda la matraca bondadosa con el cambio climático: pero si los culpables, una vez encontrados, no se pasan el resto de sus vidas encerrados, seguirán muriendo los bomberos, los voluntarios y los animales, la gente continuará perdiéndolo todo y los veranos seguirán ardiendo.
* Escritor