Opinión | ESCENARIO

El teatro

Teatro. Siempre y desde siempre. Esquilo, Terencio, Rosvita, El auto de los Reyes Magos, Lope de Rueda, Shakespeare, Lope de Vega, Calderón de la Barca, la comedia del arte, Molière, la ópera. Desde las pinturas rupestres, las máscaras, el maquillaje, los ritos mágicos, el brujo de la tribu oficiando convertido en actor. Las representaciones precolombinas de cosecha y fecundidad. El movimiento, el canto, la gestualidad del Kabuki. La comedia y la tragedia; la sonrisa y la mueca triste. El teatro barroco, el romántico, el simbólico, el vanguardista, el independiente, la comedia musical. El espectáculo. Y el público. El teatro: siempre y para siempre el teatro.

Cuando apareció el cine, se dijo que el teatro estaba llamado a desaparecer y todo es posible, pero hasta ahora no. El teatro cambia, evoluciona, se adapta. Y aquí estamos, celebrando hoy el Día Mundial del Teatro -qué menos en una columna que se llama ‘Escenario’- que se creó en 1961 por el Instituto Internacional del Teatro para difundir su trascendencia en la cultura de todos los pueblos, ya que cada uno de ellos tiene su modalidad dramática. Se eligió el 27 de marzo porque ese día señala el comienzo de la temporada en el parisino Teatro de las Naciones. Cada año este instituto invita a una persona de relevancia mundial a que emita un mensaje en el que comparta sus reflexiones sobre la cultura y el teatro. En 2023 ha sido elegida la actriz egipcia Samiha Ayoub.

Por mi parte, sólo puedo decir que el teatro siempre ha estado ligado a mi vida desde el momento en que nací. La Escuela de Arte Dramático de Córdoba lleva el nombre de mi padre, Miguel Salcedo Hierro; así que lo viví desde pequeña, desde que, aleccionada para no molestar y muy formalita, contemplaba los ensayos de las obras de teatro que montaba con sus alumnos hasta aprendérmelas de memoria. Y me enamoré del teatro, de cómo los actores y actrices pueden vivir mil vidas a través de los papeles que interpretan y ser en el escenario lo que jamás serían en la vida real. Y de cómo los espectadores, desde esa cuarta pared derribada, pueden emocionarse, llorar, reír, sumergirse en la historia e identificarse con los personajes, sintiéndolos con todo su peso en propia carne, hasta que se produce la catarsis liberadora que lleva produciéndose desde hace miles de años, desde que el ser humano apareció sobre la tierra y se empeñó en sobrevivir.

* Escritora. Académica.

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