Opinión | DAME FUEGO

«Papi, quieo che funchionalio»

El éxito debe consistir en conseguir una colocación para toda la vida, según algunos

Cuando era niño disfruté como tal con las inestimables insensateces que algunos miembros de la ‘troupe’ docente asignada nos suministraban a mí y a mis compis; aportaciones que, en mi caso, y espero el de muchos, terminaron en el cubo de las basuras-anécdotas gracias al ya incipiente sentido común que guiaba parte de nuestras asimilaciones. Entre otras, merece destacarse aquella escandalosa vinculación entre el diseño y ejecución de pirámides egipcias y ovnis, extraterrestres, vamos, que un simpático profesor de indeterminada asignatura osó introducir en clase un buen día, arrastrado (quiero pensar) por la característica modorra pre-sirena de la 1.55 p.m. Así, los minutos pasaban y nosotros nos acostumbrábamos, ya desde infantes, a perderlos (ahora lo/me entiendo) con toda legitimidad.

No menos aburrida y poco atrayente resultó la interpretación del famoso y trilladísimo «solo sé que no sé nada», atribuido a Sócrates, tan publicitado, y sesgado, todo sea dicho, de una totalidad que mejor lo explica y que, si no se ha leído convenientemente a Platón (el original, no el «libro de texto»), puede conducir, como fue el caso, a deducciones erróneas y exposiciones incompletas, que fácilmente arrastrarán al auditorio a un automático desprecio por la figura de tan afamado y aprovechable filósofo-genio. «Solo sé que no sé nada», comenzó el profesor, para continuar: «Con esto Sócrates quiso decir que había llegado a saber tanto, que descubrió que, en el fondo, no sabía nada». Poético razonamiento, sí señora. Pero a un niño habría sido más fácil y eficaz transmitirle sencillamente el original en limpio, sin lecturas de factura propia; algo como: «El que cree saber de ‘fontanería’ y no sabe, sabe menos que yo, que tampoco sé de fontanería, pero reconozco mi ignorancia: sé que no sé y, por tanto, sé más que él». Fácil, ¿verdad?

Hoy, más de treinta años después de mi aventura, un joven ser querido expone a su profesor su intención de estudiar Bachillerato del arte. «Eso es para fracasados», le contesta el docente que, según el joven, tiende a encauzar al alumnado por la vía más aproximada a la llave de la felicidad, la prosperidad y la seguridad: la oposición al Estado. El éxito, sin duda, debe de consistir en la conquista de ese archiperseguido lugar en el mundo al que popularmente se conoce como «una colocación para toda la vida». Bueno. Si tenemos en cuenta que nací colocado (pero consciente), mi éxito va conmigo desde la cuna, y ya era un hecho en aquellos largos días de escuela. Pero diga lo que opine el exitoso profesor que promueve la aspiración a funcionario como elemento constructivo de exitosas mentes, uno de mis mayores éxitos fue y es haberme cruzado con los textos de Platón y compañía y descubrir ciertas obras de auténtico arte para cuyo deleite el profesor de marras me resulta incapacitado de nacimiento. Ahí va una muestra de, se dice, un tal Diógenes el Cínico. Sea o no suya, merece interés. A ver si la capta, el docente burócrata: «La sabiduría sirve de freno a la juventud, de consuelo a los viejos, de riqueza a los pobres y de ornato a los ricos».

No la capta ni el docente porque la sentencia se dictó hace dos mil y pico años, en un mundo gobernado por la valentía, o que al menos aspiraba a ella. La adaptación a nuestra época, donde prima la cobardía por encima del riesgo y las ganas de saber, precisa la substitución de la palabra «sabiduría» por «ignorancia», justo su antónimo, qué gracia, miles de años más tarde. Así, además, tendremos ante la vista un cuadro exacto de lo que ocurre hoy en el mundo.

Vivir «sabiendo» esto, como diría Sócrates, es mejor que lo contrario. Aún hay esperanza, pues, para quien se atreva a saber, y a partir de ahí...

* Escritor

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