Opinión | Para ti, para mí

Preparando una Semana Santa desde la fe y el amor

Abrimos de par en par nuestras vidas a la palabra de Dios, que nos narra con detalle el drama de la pasión y muerte de Jesús

La Cuaresma nos adentra hoy en la «Semana de Pasión», como se denominaba antes de la reforma litúrgica, preparándonos para vivir una Semana Santa, cuyas columnas más hermosas son las de la fe y las del amor. La fe, porque abrimos de par en par nuestras vidas a la palabra de Dios, que nos narra con detalle el drama de la pasión y muerte de Jesús y nos hace «tocar la mano de Dios y ver el amor», como nos dijo el recordado Benedicto XVI, en una de sus magistrales definiciones sobre la fe. Y el amor, porque es el argumento central del cristianismo, la esencia vivísima de Dios, que el apóstol Juan colocó en la descripción de su silueta: «Dios es amor». La Cuaresma, ciertamente, no sólo ha sido un «tiempo fuerte» en la liturgia de la Iglesia, sino algo mucho más importante: un «tiempo de silencio interior, de reflexión personal, de examen de conciencia y de conversión a Dios». Un tiempo de preparación para la Semana Santa, para vivir en plenitud la Pascua de resurrección. Giovanni Papini, a quien el gran escritor argentino Jorge Luis Borges calificó como el teólogo «injustamente olvidado», nos dejó la imagen sugerente e incisiva del «despertador nocturno», con estas palabras tomadas de su diario existencial: «En un mundo donde todos piensan sólo en comer, en hacer dinero, en divertirse y en mandar, es necesario que haya quien de vez en cuando refresque la visión de las cosas, que haga sentir lo extraordinario en las cosas ordinarias, el misterio en la banalidad, la belleza en la basura... Es necesario un despertador nocturno... que derribe para dar paso a la luz». Las palabras de Papini nos hieren el alma, si no hemos perdido la sensibilidad más elemental. Tanto Jesús de Nazaret, como Pablo, el apóstol de las gentes, emplean la sustancia de ese símbolo: «Vigilad, estad despiertos... Es hora de despertarse del sueño. La noche avanza, el día está cerca. Revistámonos de las armas de la luz». La saciedad, la indiferencia, la superficialidad que se extienden como un manto de niebla o como un sudario de muerte en la sociedad contemporánea han de ser desgarrados por la voz potente del «despertador» que inquiete las conciencias, que suscite preguntas sobre el sentido y que, como dice Papini, de manera eficaz y viva, «haga sentir lo extraordinario en las cosas ordinarias», el misterio y la belleza que se ocultan bajo el velo común de la realidad cotidiana.

Hoy, precisamente, en este quinto domingo de Cuaresma, se proclama en el Evangelio de las Eucaristías, el pasaje de la resurrección de Lázaro, amigo de Jesús, quien pronuncia las palabras más bellas que se han escuchado sobre la faz de la tierra: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre». Es la culminación de las señales prodigiosas realizadas por Cristo, un gesto demasiado grande y claramente divino para ser tolerado por los sumos sacerdotes, que al enterarse toman la decisión de matar a Jesús. Ante la tumba sellada de su amigo Lázaro, Jesús gritó con voz potente: «Lázaro, sal fuera». Tambien hoy, dirige este grito perentorio a todos los hombres, porque todos estamos marcados por la muerte. Es la voz del dueño de la vida que quiere que todos «la tengan en abundancia». Cristo no se resigna a los sepulcros que nos hemos construido eligiendo el mal y la muerte, los errores y los pecados. ¡No se resigna! Él nos invita, casi nos ordena, que salgamos de la tumba en la que nuestros pecados nos han sepultado. Nos llama insistentemente para que salgamos de la prisión oscura en la que nos encerramos cuando nos conformamos con una vida falsa, egoísta y mediocre. «¡Sal fuera!», nos dice. Es una invitación a la libertad auténtica, a dejarnos sostener por las palabras que hoy Jesús nos dirige a cada uno de nosotros.

Las hermandades y cofradías de Córdoba preparan sus pasos y sus imágenes para ofrecer una de las «tres Semanas Santas» que vivimos, la «Semana Santa de la calle», -las otros dos son, la de los «templos» y la del «corazón»-, porque en las calles realizan sus «Estaciones de penitencia», mostrando «la humanidad de Dios», en los Cristos y en las Vírgenes, a través de la llamada y ensalzada religiosidad popular. Nuestras hermandades son, sin duda, una manifestación importante de la vida de la Iglesia, una espiritualidad, una mística, un espacio de encuentro con Jesucristo. A lo largo de los siglos, las Hermandades y Cofradías han sido «fragua de santidad» para muchos cristianos.

*Periodista y sacerdote

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