Opinión | la espiral de la libreta

Otra maldita novela sobre la Guerra Civil

El título de arriba es un préstamo-provocación (de Isaac Rosa) para entrar en faena. Un anzuelo. Porque la última aventura narrativa de Ignacio Martínez de Pisón, ‘Castillos de fuego’ (Seix Barral), no es otra maldita novela sobre la Guerra Civil, sino sobre la inmediata posguerra, desde 1939 hasta 1945, cuando se desvaneció, con el final de la Segunda Guerra Mundial, la más exigua e ilusa esperanza de que el régimen de Franco pudiera tambalearse. Un artefacto sólido, una novela coral con más de 30 personajes donde la devastada ciudad de Madrid se erige al cabo en la principal protagonista, como la Barcelona de la Transición lo fue de ‘El día de mañana’. Curiosamente, no existen muchas novelas sobre los primeros y tenebrosos años que siguieron a la contienda. Al principio, porque no había libertad para escribir. Después, supongo, por ganas de dejar atrás la sarna. Así que apenas se cuenta un puñado de ellas: ‘Madrid, 1940’, de Umbral; ‘Madrid, 1945’, de Andrés Trapiello; y la indagación minuciosa y personal que Almudena Grandes inauguró con ‘Inés y la alegría’. Por la memoria familiar conozco bien el relato del hambre atroz. Las bellotas, las algarrobas, los botones de las malvas. Pero agradezco a Pisón el esfuerzo de atrapar la época en su conjunto, de pintar el fresco inmenso de otra indigencia concomitante, la miseria moral que carcomía España de parte a parte: las delaciones, la depuración en el seno de la universidad, el desvalijamiento del dinero público, el secuestro de bebés para darlos en adopción, la requisa de los bienes que habían quedado sin dueño, las purgas dentro del Partido Comunista y de Falange, el medro de cínicos y mediocres, las maniobras de quienes pretendían expiar viejos pecados para hacerse abrazar por el nuevo régimen. Y los más de 50.000 fusilamientos. Lo agradezco porque necesito tener presente de dónde vengo. Comprender, por ejemplo, el poder de la Iglesia y el retroceso que el franquismo supuso para la mujer. Somos tres las generaciones de alguna manera atravesadas por el conflicto: los padres que hicieron la guerra, los hijos que sufrieron la posguerra y los nietos, entre quienes me cuento, que vivimos ambas por delegación próxima y educación. Aun cuando el debate social y la pugna cultural irán atenuándose, y pronto se podrá discutir el conflicto sin hervores de sangre, seguirán apareciendo más malditas novelas sobre la Guerra Civil y la posguerra, porque constituyen un fértil suelo narrativo.

*Periodista y escritora

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